Los niños lloran de dolor, de hambre y de sed o están agotados.

Hace mucho tiempo tuve que orar antes de irme a dormir. Una melodía sencilla: “Aquí también vela esta noche, papá, mamá, X e Y…” Digo X e Y aquí porque mi hermano y mi hermana no quieren ser mencionados en mis textos. Me ignoré, de lo contrario la oración se haría aún más larga y quise leer otro libro. En 1956 las cosas eran apasionantes en el mundo. Por todas partes se hablaba de la proximidad del Peligro Rojo. Yo, que entonces tenía ocho años, le pregunté a mi padre mientras me cortaba las uñas: “Papá, ¿vienen los rusos para acá?”. En lugar de decir tranquilizadoramente: “¡No!” respondió con cautela: “Esperemos que no”. Entonces me asusté mucho, así que oré, con los ojos cerrados y las manos cruzadas: “¿Y también te asegurarás de que los rusos no vengan aquí?”



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