En diecisiete años, el mobiliario de la oficina de Frank en el muelle Leopold ha evolucionado con estilo. Lo que llama la atención es el gran mapa europeo en la pared y las decoraciones antiguas que trajo a casa de sus asignaciones en el extranjero cuando tenía veinte años. La taza con ‘YO SOY EL JEFE’ lo enorgullece más que el honorable ‘Diplôme d’Honneur’ sobre su escritorio: “Sí, esa bolsa la recibí de ‘mis muchachos’”, sonríe. “Estoy orgulloso de mis empleados, hacen un buen trabajo. Lo que estamos haciendo en este nicho de la industria portuaria es peligroso y difícil. Viajan desde el sur de España hasta la fría Polonia con grandes cargas y, a veces, están fuera de casa durante mucho tiempo”.