Paren todos, esto es un robo. En la sede del Inter

Campaña de abonos 1984-85, mucha gente haciendo cola, entusiasmo por la plantilla creada por Pellegrini. Pero de repente…

De repente, un grito. “Paren todos: esto es un robo”. El acento es milanés, el tono de voz no permite respuestas. El pasamontañas que le cubre la cara es una señal, el arma es una certificación. Realmente es un robo. El empleado detrás del mostrador, un señor de sesenta años, se desmaya, palidece, jadea, se agarra a una silla para no desmayarse, pero las rodillas le fallan y se desploma. Y mientras cae al suelo piensa que lo habría esperado todo, no que le robaran allí, en su lugar de trabajo, en la sede del Inter en la calle Foro Buonaparte, en el número 70, a las seis y media de la tarde de un miércoles cualquiera de julio. . El silencio reina en la habitación, pero es sólo por un momento. Entonces los acontecimientos se aceleran, como si hubieran sido atacados por un frenesí que de repente trastocó el orden de las cosas.



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