Mou el pirómano: la afición lo quiere. Pero hay vida y hay Roma incluso sin él.

El gol en propia puerta de Volpe: José está cansado, consumido por sus excesos. ¿Y si volviéramos a hablar del juego y los esquemas?

Se suponía que debía ser y no lo fue. Tenía que ser la empresa. Si no el más prestigioso, sin duda el más hiperbólico de su historia. Ganar la segunda final europea seguida con un club que lleva toda la vida ahí para lamerse las heridas de cuarenta (Liverpool en Champions) y treinta años antes (Inter en Copa de la UEFA).

El Puskas Arena se suponía que era el teatro de la catarsis. Basta ya de los funestos recuerdos de una plaza que, entretanto, había desarrollado una mística de derrota. El recuerdo casi presumido de citas y felicidades perdidas. El Zorro de Setúbal había estudiado todo al detalle, había entrado como nunca en la cabeza de sus padres, que ahora son como sus zapatillas. Ese Dybala desde el primer minuto. Esa multitud en movimiento, repartida entre Budapest y el Olimpico. Niños temblando al unísono con sus padres y sus mayores. Esta espera exagerada.

¿Y ahora?

Parecía una historia ya escrita. Solo un dios sádico podría disfrutar tramando lo contrario. Sí, las sutiles perfidias del árbitro, sí, los errores del Volpe, que lo había adivinado todo antes y se equivocó todo durante (las sustituciones hechas y no hechas, ese Wijnaldum en el campo, más Giorgino que Wijnaldum, da vergüenza decirlo). menos, ¿una broma disfrazada de futbolista?, la elección de los lanzadores). También metió a un Sevilla poco honesto que hizo su juego honesto. ¿Y ahora? ¿De dónde parte? ¿Y si dejáramos atrás al ejército de comentaristas de televisión que, durante más de una hora, hablaron solo de Mourinho y su futuro, como si esa brutal batalla de 146 minutos nunca hubiera ocurrido? Reiniciar. Nunca existió. El esfuerzo de esos muchachos que, durante dos horas y media, jadearon, golpearon y se dejaron golpear para llevar un trofeo como regalo a su chamán. Ni una palabra para ellos.

Peticiones

Comienza desde aquí. ¿Y si la Roma se resignara a pasar página (Mourinho ha dejado claro que no puede esperar), sin que se convierta en una tragedia? Y si se descubre lo inaudito, que hay vida, ¿existe Roma incluso después de Mourinho? ¿Qué pasaría si se descubriera que el resultado y la identidad también se pueden lograr a través del juego y no solo a través de las trincheras? ¿Y si resulta que los delanteros pueden volver a ser delanteros y dejar de ser un puesto de avanzada de los centrocampistas (Abraham y Belotti han fallado en un contexto táctico donde también habría fallado Ronaldo el Fenómeno)? ¿Y si resulta que el demiurgo de turno sabe tratar con las cabezas de los futbolistas para inculcar tramas de juego y no sentimientos bestiales de eterna emergencia? Si resulta que el recién llegado (pobre sea quien sea, tendrá que tener la aptitud de San Sebastiano para dejarse traspasar por mil flechas) no sentirá la urgencia de desatar cada vez el ojo luciferino y desgarrar el Árbitro de turno hecho pedazos, pobrecito, ¿acabará fatalmente meditando una ácida venganza contra el agresor? Y si, por último, tomamos nota de que para recuperar la normalidad hace falta un tejano duro como una roca, empezando por poner en el banquillo, en lugar del ángel exterminador, a un buen entrenador, que traiga orgasmos porque ve un equipo dominante, más que un grupo de «bastardos» gloriosos ya veces sin gloria. Educar a la multitud en la idolatría del juego y no del pueblo (por estos lares pasó Nils Liedholm, ¿alguien se acuerda? Y un tal Spalletti. ¿Alguien se acuerda?).

El mejor

Partiendo de nuevo de lo muy bueno que hay (no es cierto que todos sean «niños» y «buenos»). El mejor Smalling de todos los tiempos, el inmenso Matic, el deslumbrante Dybala, los Pellegrini, Mancini, los Ibanez, los Cristante, los Zalewski, el mismísimo El Shaarawy y todos los que vendrán. Mou es un chamán. Su palabra traspasa tu piel. A fuerza de hablar de los límites y el heroísmo de su Roma, los jugadores creyeron en ella y la noche del miércoles 1-0 se encerraron en su búnker de héroes limitados.

solo la camisa

Todo pasa y hasta Mou pasará algún día, como una resaca solemne, magnífica, de la que la hinchada gitana recuperará no sé cuándo y no sé qué secuelas, ciertamente la nostalgia devoradora de quien sabe haber vivido días irrepetibles. Porque así es Mourinho, un hombre en llamas, y no hay nada más emocionante que ver a un hombre en llamas a tiempo completo. Al prenderse fuego e incendiarse a sí mismo, José prendió fuego e indignó a los que le rodeaban. Sacristán, sacerdote y deidad de su propio altar. No será fácil borrar al hombre de la embriaguez romanista. Para consolar a miles de fans que han vivido una experiencia única durante dos años. Bastaría saber que el Mou actual es sólo el instrumento de una nostalgia tan antigua como el mundo. Bastaría con referirse al concepto que tanto se anuncia en las curvas: “Solo nos encanta la camiseta”. Y quien demuestra estar en ella con la máxima entrega, agrego desde mi curva.



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