La carrera por la hegemonía tecnológica global amenaza la estabilidad

1 ¿Cuál es el criterio para definir la uso dual de la investigación y las tecnologías y, sobre todo, ¿quién lo decide y cómo? Casi todos ellos pueden tener un doble uso. La extensión de este principio afirmado unilateralmente por países individuales, y no según reglas compartidas, significa colocar un obstáculo formidable al flujo internacional de inversiones. Toda empresa, antes de invertir en un país en producciones con tecnologías avanzadas y en constante evolución, no sabría sobre qué nuevas tecnologías y materias primas podría haber un futuro embargo. El mero efecto de anunciar la aplicación de estas políticas es desastroso desde el punto de vista económico.

2 Todos los grandes desafíos a los que se enfrenta la humanidad, empezando por el cambio climático y la lucha contra las pandemias, dependen del progreso científico y tecnológico. Poner trabas al intercambio científico y tecnológico significa frenar este progreso. Por lo tanto, el objetivo de la supremacía tecnológica debe ser rechazado como inherentemente contradictorio con la posibilidad de una gobernancia global. Es precisamente la aplicación de la idea de que la política internacional es un juego de suma cero. Con la advertencia de que hay juegos de suma negativa, que son para los que practica el Dr. Strangelove.

El Parlamento parece haber llegado a un acuerdo de principio sobre la ley de habilitación de la reforma fiscal. El punto más compartido se refiere a la necesidad de reducir la carga fiscal directa, es decir, el impuesto sobre la renta de las personas físicas, sobre las clases de ingresos medios-bajos. Pero en cuanto a la posible magnitud de esta reducción, un tema que parece olvidado en el debate es el del posible desplazamiento de la tasa de los impuestos directos (Irpef) a los impuestos indirectos (IVA), es decir, de las rentas de los factores de producción. , que en el caso del ‘Irpef son fundamentalmente rentas del trabajo, así como de pensiones, al impuesto al consumo. El ministro Tremonti definió este cambio «de las personas a las cosas».

Un descuido que resulta muy extraño porque, en un período de europeísmo compartido, se está eludiendo una recomendación tradicional de la Comisión Europea. Una recomendación cuyo fundamento radica en que este desplazamiento de la tasa favorece el crecimiento para la misma carga fiscal global. La razón es que la cuña fiscal, que entra en los costes de producción, se reduciría, lo que se traduciría en un aumento de la remuneración después de impuestos. Pero este cambio de gravamen también sería útil para el crecimiento porque provoca una «devaluación fiscal», ya que el IVA no afecta las exportaciones, mientras que afecta el consumo de bienes y servicios importados en igual medida con respecto a los producidos internamente. De esta manera se recupera la competitividad internacional. Además, no es casualidad que en la economía globalizada, para gravar localmente los beneficios de las multinacionales, se estén planteando tomar como referencia sus ventas en los distintos países. E incluso en las discusiones sobre la tributación de la riqueza, se enfatiza que la riqueza personal, de diversas formas legalmente o no legalmente encubierta, se refleja en el nivel de vida de los beneficiarios en el momento del consumo.

El hecho relevante es que seguir este camino permitiría hoy rebajar el impuesto del Irpef a las rentas medias-bajas al doble o incluso al triple del que se discute y ello facilitaría la definición del «método» con el que reducir el impuesto perceptiblemente dirigido en las clases medias y medias bajas. De hecho, se debe decidir «cómo» operar la corrección y sus dimensiones. Es decir, por un lado está el problema de cómo financiar la reducción de la tasa Irpef y por otro el problema de definir la estructura de la tasa, el grado de progresividad y cómo aplicarla. Sobre este segundo punto, el debate político se centró en dos posibles alternativas bien descritas, como recordaron Paladini y Visco en el Sole del 30 de junio, en el excelente informe presentado en audiencia al Parlamento por el director general del Departamento de Finanzas del MEF, profesor Fabrizia La Pecorella, y bien estudiada en el mismo Departamento desde 2019. La primera alternativa consiste esencialmente en la reducción, de 5 a 3, del número de tarifas aplicadas por tramos de ingresos. La segunda hipótesis es pasar al llamado modelo alemán, es decir, trazar una curva continua de tipos impositivos marginales, que coincidiría sustancialmente con los medios efectivos, a aplicar para cada nivel de renta individual. Habiendo tomado ya una posición en este epígrafe a favor de esta segunda alternativa (15 de agosto de 2020), recuerdo las razones fundamentales. Los principales atractivos del modelo alemán radican en su transparencia y flexibilidad. Transparencia porque cada perceptor de renta sabría, sin hacer cálculos personales, qué porcentaje de su renta debe pagar al Estado, muy diferente a lo que se lee en su tasa marginal. El argumento de quienes hablan de una complicación «algorítmica» o matemática para la determinación de la curva de tipos impositivos es engañoso porque la tarea del cálculo recae en la administración tributaria, y no es complicada porque basta con decidir cuál debe ser, mientras que al contribuyente sólo se le notificaría el porcentaje real de sus ingresos que debe pagar. En cuanto a la flexibilidad, debe considerarse desde un doble punto de vista. Te permite decidir de forma específica los niveles de renta a beneficiar hoy con una reducción de tasa, dibujando precisamente la curva de progresividad, pero también te permite aplanar gradualmente la curva de tipos en el futuro hasta el nivel de renta deseado. En otras palabras, sería fácil desplazar el impuesto progresivo dictado por la Constitución hacia mayores niveles de ingresos, siempre que el equilibrio de las finanzas públicas lo permita y de acuerdo con las opciones políticas discrecionales que son la base de la democracia. En cualquier caso, una vez decidido el método, lo importante es reducir progresivamente de forma significativa la carga fiscal sobre las rentas medias y medias-bajas. Esto se viene diciendo desde hace décadas, al menos desde que la alta inflación hizo subir las rentas nominales, pero no las reales, con la consecuencia de que las tasas diseñadas para rentas medias-altas acabaron golpeando también a las medias-bajas. el debate sobre arrastre de impuestos, como se denominó al fenómeno, fue intenso pero sin efectos significativos. El hambre de ingresos fiscales ante un gasto público creciente, lamentablemente no de inversiones, ha colocado hasta ahora siempre esta necesidad de corregir el gravamen en la carpeta de las buenas intenciones.



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