La derrota en la final de París no engaña a Bercy: ante Rune, Djokovic disputó un partido con connotaciones juveniles, sin el ardor habitual. La temporada partida a la mitad por las conocidas peripecias le impidió encontrar la continuidad anhelada, pero a partir de mediados de septiembre se puso en marcha y las Finales son el lugar idóneo para alzar la voz y el trofeo. Pero el suyo es un círculo verdaderamente infernal.
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