Cuando el presidente de la asociación ucraniana, Andriy Pavelko, con un chaleco antibalas, se mostró con un mensaje de video urgente desde el medio de la zona de guerra en el congreso de la FIFA en Doha, los delegados deberían haberse congelado en sus venas.
En cambio: aplausos educados y la transición directa del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, a la agenda. “¿Hay alguna otra pregunta o comentario? Este no es el caso“, afirmó escuetamente el suizo. Como en la reunión anual de criadores de conejos. Tan rutinario como impasible e irrelevante.
Abajo, en el auditorio, se sentó la delegación rusa, que, a diferencia de la ucraniana, pudo estar allí en Qatar, y escuchó que no deben temer más consecuencias del ataque a Ucrania. Porque ni siquiera se votó la exclusión de Rusia.
Actualmente, los rusos no pueden participar en las competiciones de la FIFA, por lo que, desde el punto de vista de la “familia del fútbol” mundial, la sentencia parece haberse agotado por el momento. Mientras que casi todo el mundo ha impuesto duras sanciones a Vladimir Putin y sus seguidores. Tan sorprendente como vergonzoso.