Cuando la Reina sea enterrada mañana, todo el mundo estará mirando y el reloj dejará de correr, al menos por un momento. Lo hizo en Londres hace días: “Como si la ciudad estuviera en una especie de hipnosis. Un poco aturdido, un poco drogado, un poco estupefacto, construyendo algo que nadie sabe en qué se convertirá”. Informe desde una metrópolis donde solo una cosa importaba el fin de semana pasado: esperar un momento que nunca conocerá igual.
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