La reforma de la Liga de Campeones no cambiará la brecha cada vez mayor entre los equipos participantes y los que sólo sueñan con estar allí.
En lo que respecta a la reforma en sí, es una bendición y un paso que debería haberse hecho hace mucho tiempo. El antiguo formato, en el que normalmente después de cuatro partidos de la fase de grupos quedaba claro quién se clasificaría para los octavos de final, hace tiempo que dejó de existir y ya no era sostenible en su estado actual. En el próximo modo, cada punto, e incluso cada gol, cuenta, porque los 36 equipos compiten entre sí en una tabla común. Es una auténtica Liga de Campeones en la que hay que luchar por todos los puestos.
El hecho de que la octava jornada a finales de enero se juegue completamente en paralelo crea una emoción adicional, similar a la del Campeonato del Mundo y de Europa. ¿Qué equipo estará entre los 8 primeros y evitará así los dos partidos de play-off adicionales a principios de febrero? ¿Y quién puede simplemente caer al puesto 24 para mantener sus posibilidades de ganar el título y evitar la eliminación final europea?
Lo que nos lleva a otra ventaja del nuevo modo. Los descensos de la Champions a la Europa League son cosa del pasado, y eso es algo bueno. Nadie quiere un ganador de la Europa League que empezó la temporada internacional en otra competición. Además, los partidos de ida y vuelta de la fase eliminatoria se jugarán siempre en las siguientes semanas. Se acabó la larga fragmentación de los octavos de final, que duró un mes entero.
Por último, pero no menos importante, hay más duelos diferentes en la fase liguera. En lugar de jugar contra tres equipos dos veces, cada equipo se enfrenta a ocho rivales europeos diferentes una vez, cuatro veces en casa y cuatro veces fuera. Una prueba extendida de fuerza y un elemento que añade variedad. Una frescura que se perdió por completo en la vieja y polvorienta competencia y que ahora le dará un nuevo brillo.