Una cosa está ahora clara: no podemos ni debemos volver al pasado, a ese regionalismo anárquico al que se confiaron las políticas de cohesión hasta toda la primera década de los años 2000. De hecho, hubo una delegación de intervenciones en las Regiones por parte de los gobiernos centrales, que (con algunas excepciones notables) se limitaron a redistribuir los recursos europeos y nacionales, sin dar coherencia estratégica al gasto ni controlar su uso real: lo contrario de lo que debería ser una política de desarrollo. Esto dio lugar a la extracción de rentas por parte de las fuerzas políticas y empresariales locales y a una deriva del bienestar. El resultado fue el fracaso en la reactivación de la convergencia Sur-Norte, que quedó estancada en los éxitos obtenidos por la estrategia -muy diferente- de la Cassa per il Mezzogiorno en sus primeros veinte años de vida.
Un primer intento de cambiar de rumbo se llevó a cabo en los años 2014-17. Primero, con la creación de los grupos de trabajo Gobierno-regiones, que permitieron recuperar el retraso en el gasto de los Fondos Estructurales 2007-2013, completándolo (con remodulaciones) antes del final del plazo de 2015. Luego, con la activación de dos líneas fundamentales de intervención: (i) los Pactos para el Sur, con los que el gobierno y las distintas Regiones y ciudades metropolitanas establecieron juntos objetivos, herramientas y seguimiento mutuo sobre el uso de los fondos; (ii) incentivos automáticos, como el crédito fiscal para las inversiones en el Sur, destinados -sin intermediación política- a apoyar las inversiones empresariales (integrando los incentivos generales de la Industria 4.0 para el Sur), así como incentivos para los jóvenes que se comprometan a establecer una actividad empresarial, como Resto al Sud. En poco más de un año, los Pactos por el Sur habían puesto en marcha las primeras inversiones por valor de 9 mil millones (informe del gobierno al 31 de diciembre de 2017): los sucesivos gobiernos han abandonado los Pactos, desperdiciando esta potencial. El crédito fiscal, entre 2017 y finales de 2020 (últimos datos oficiales), activó más de 12 mil millones en inversiones empresariales, comprometiendo alrededor de 4 mil millones en contribuciones públicas, con un apalancamiento de 1 a 3. El resto está en el Sur, entre los cinco primeros años de vida (hasta 2022), ha permitido la creación de más de 14 mil empresas, dando empleo a más de 50 mil jóvenes y activando más de mil millones en inversiones. El reciente Decreto Ley del Ministro Fitto retoma el hilo conductor de este enfoque, al disponer que el uso del Fondo de Desarrollo y Cohesión pasa por “Acuerdos de Cohesión” en los que el gobierno y las Regiones individuales acuerdan objetivos e instrumentos y un seguimiento estricto del uso de recursos. Es un enfoque que hoy se nutre de la inspiración similar dada por la Comisión Europea al NGEU, con los correspondientes PNRR de cada país. La ambición declarada del gobierno es integrar el PNRR, los fondos estructurales y el Fondo de Desarrollo y Cohesión en una estrategia global. La propia propuesta de una ZEE única para el Sur quiere ir en esta dirección. Pero el éxito de esta estrategia dependerá de las capacidades de implementación que el gobierno sea capaz de desplegar. Los Acuerdos de Cohesión requieren una interacción intensa y continua entre el Gobierno y las Regiones, en las fases de redacción y aplicación. La experiencia reciente de la remodulación del PNRR nos enseña: la necesidad del gobierno de concentrar recursos en proyectos que puedan realizarse hasta 2026 es correcta, y la reciente reevaluación de los proyectos de los Municipios, los importantes, que estaban en marcha, también es correcto. La ZEE necesita un plan estratégico que fortalezca los pilares del desarrollo de infraestructura -especialmente el transporte y la logística- y acelere los procesos de autorización. A este respecto, hay que tener cuidado: conviene llevar a la autorización central única, con sus procedimientos acelerados, sólo las inversiones de importancia estratégica, de lo contrario el riesgo es la inundación de las estructuras centrales. Por último, el crédito fiscal para las inversiones necesita una cobertura adecuada a lo largo de varios años; de lo contrario, se corre el riesgo de que se introduzca alguna norma tap, con un “día de clic” adjunto, lo que debilitaría el instrumento. En definitiva, como siempre en la actividad de un “ejecutivo”, la prueba decisiva está en la fase de ejecución.
Universidad La Sapienza, ex Ministro de Cohesión Territorial