Fcomencemos este juego. Tómate un año de tu vida, cualquiera. En la economía de esta época, eso parece infinito – con cientos de horas de trabajo pasadas con colegas, días pasados con la familia, tiempo pasado en el supermercado, en el tráfico, de vacaciones, entre seres queridos estables y personas desconocidas – Deben haber pasado treinta segundos.frente a los treinta y un millones y pico de segundos que hay en un año entero, ¿De qué ex post te avergonzaste de lo que dijiste o hiciste?
Aquí, esos treinta segundos que hasta hace unos años serían Quedaron enterrados bajo la alfombra de tu vergüenza y olvidados para siempre, ahora, con la revolución tecnológica, pueden convertirse en el sello notarial al final de tu frase. a cualquier castigo, desde el más leve hasta el más severo. Durante esos treinta segundos te podrían despedir, echar de casa, aislarte de tus amigos, insultarte por extraños..
Y esto se debe a que un mensaje se convierte en una captura de pantalla (es decir, se toma una foto de la pantalla en la que aparece, para poder enviársela a cualquiera), una frase es captada por una grabación realizada con un celular y reenviada vía WhatsApp, por no hablar de los vídeos en los que te pueden filmar sin que lo sepas; y por tanto es posible, sí, que esos treinta segundos (cinco serían suficientes) acaben prevaleciendo sobre los otros treinta y un millones que componen un año. No digo que esto esté mal, al contrario. Muchas veces un “forastero” nos abre los ojos ante quien tenemos delante, nos muestra el lado oscuro de la luna. Pero, ¿estamos realmente seguros de que la dictadura del cartel, la de la captura de pantalla o el mensaje de voz que se viraliza hace del mundo un lugar mejor, más saludable y más limpio?
La verdad es que se ha perdido la paciencia, el tiempo y hasta las ganas de evaluar a las personas. a través de sus acciones diarias, anuales, decenales; y el gusto por la lapidación digital de los demás ha crecido, también gracias al desarrollo de tecnologías que lo hacen posible, lo que a menudo tiene graves consecuencias. Se te olvida como somos que solo el que no tiene ni esos treinta segundos de pecado es libre de tirar la primera piedra. De lo contrario esa piedra, tarde o temprano, volverá a ti. Y duele.
Cada uno de nosotros tiene recuerdos vinculados a nuestros abuelos. Tenía un vínculo muy estrecho con mi abuela materna Agnese. De carácter fuerte y, como corresponde a las abuelas, sabia. Tenía una frase recurrente, un comentario que solía utilizar cuando estaba en casa, durante las vacaciones de verano cuando nos reuníamos todos, sucedió lo que sucede en todas las reuniones familiares: un comentario extemporáneo desagradable, un estallido de nervios. Quizás seguido de la frase habitual: “No quise decir eso, no quise decir eso”. En ese momento ella sonrió, restó importancia pero siempre decía: «La voz del Sen se escapó y no vale la pena volver a llamar.».
Cuando llegué a la secundaria descubrí el origen de la cita preguntándole a mi profesora de literatura. Obviamente Es Metastasio, como muchos de ustedes lectores seguramente saben. («La voz del corazón ha huido / Entonces no vale la pena volver a llamar; La flecha no fue retenida / cuando salió del arco»).
Y Metastasio a su vez, me explicó el profesor, estaba en deuda con Orazio.: «Nescit vox missa reverti», es decir, la palabra hablada no puede retroceder. La abuela Agnese entendió, fue absuelta pero al final recordó una dura realidad: lo que dijiste, lo dijiste. No tiene sentido quedarse sentado fantaseando con la posibilidad de retirar la sentencia. Está claro (aunque quizás no lo añadió por amabilidad) que fue tu pensamiento auténtico y espontáneo. Vivimos en una civilización basada ahora en mensajes de voz, en la velocidad de un WhatsApp.
La propia velocidad muy a menudo pone nuestro pensamiento instantáneo en condiciones de materializarse en un texto y llegar a un interlocutor. Y, como ocurrió en aquellos veranos remotos, tal vez ya no reconocerse poco después en una sentencia, en un juicio, en un litigio. Pero es mejor, en ese momento, asumir la responsabilidad de ese fragmento de nuestra vida, hacer un balance y tal vez abrir el camino a una clarificación fundamental.. Somos nosotros incluso en aquellas piezas en las que no nos reconocemos ni siquiera nos conocemos bien (Sigmund, dale si nos sigues).
No tiene sentido justificarse, endulzar la amargura. Es mucho mejor mirarse a uno mismo (y a los demás) a los ojos.. Y afrontar honestamente la realidad. De hecho, la verdad.
paolo conti
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