Todos acabamos persiguiendo el espejismo de una existencia "de 10". Hasta que algo nos obliga a mirar el mundo desde otra perspectiva. Y entonces también tiene sentido quedarse por debajo de la suficiencia…


Barbara Stefanelli (foto de Carlo Furgeri Gilbert).

F.ya has leído la historia de Elizabeth. De Elisabetta, Matteo y su hija.

Intento resumirlo a partir de la última foto. Se muestra a Elizabeth apuntando una sonrisa tranquila hacia la cámara, hermosa con un vestido de verano, en su cabello una diadema combinada con flores rojas sobre un fondo azul del delantal.

Matteo, de perfil con traje y pajarita, la besa en la mejilla: la besa cerrando los ojos y mientras tanto tiene en brazos a su pequeña, de diez meses más o menos, cuya mano izquierda acaba entre los dedos de su madre.

Están en una boda y les va bien, juntos, es julio. Veinte días después, Elisabetta Socci, de 36 años, dejó de vivir. Su tiempo, marcado por el cáncer de mama descubierto durante el embarazo, había terminado.

Es Matteo quien cuenta la historia. Se remonta al día en que recibieron con alegría y angustia, al mismo tiempo, la doble noticia: que serían padres y que ella, la próxima madre, estaba enferma.

Esperaban poder permanecer en tres por mucho tiempo en la vida, en cada examen repetían que “no siempre puede salir mal”. Hay una frase, sin embargo, que me impactó más allá de la agonía y el dolor.

Matteo le dijo al reportero de la Corriere della SeraAlfio Sciacca: «Mi esposa solo pudo vivir con nuestra hija durante diez meses. Pero fueron muy intensos.. Día tras día le derramó un inmenso amor… Suponemos que tenemos tiempo en nuestras manos, pero ella, Elisabetta me enseñó que hasta los pequeños momentos de alegría hay que vivirlos intensamente«.

Me acordé de un artículo que poco antes, el 23 de septiembre, había leído sobre New York Times. Título: No necesito que mi vida sea notable. Traducido libremente, podríamos decir: No necesito que mi vida sea una locura.

Aquí escribe una madre, periodista de la página de Opiniones de Nueva York, Sarah Wildman. Se centra en un día, antes de que ella e Ian, su pareja, tuvieran hijos: un amigo de la familia, un terapeuta, había intentado darles un consejo.

No espere que cada momento sea 10; a veces tendrá sentido celebrar el 4, el 5, el 6. Muy jóvenes, Sarah e Ian se habían reído de ese llamado a no esperar lo máximo, a aceptar el fracaso o la adversidad sin pensar en tirarlo todo por la borda.

La historia americana continúa con el diagnóstico, unos años después, de un tumor cerebral que amenaza a la primera niña, Orli. Y no termina ni con un milagro ni con una derrota.

Termina así, en una tarde de convalecencia pendida de un hilo de luz: «Me di cuenta de que no necesito tener una vida de 10. Un 6 sólido no estaría mal. Hoy quisiera hasta un 4. Todos estaríamos felices de poder descansar aquí, juntos, en el área 4».

En la pandemia, con las sirenas cortando los días y las noches, habíamos aprendido que: que el sentido de estar ahí está en los momentos, entre los buenos momentos, donde se deposita la conciencia. ¿Hemos olvidado todo?

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