Todo el suministro eléctrico de la casa, excepto el del frigorífico y el congelador.


Ilustración Stella Smienk

Fortuna (57), que no quiere su apellido en el periódico, ha trabajado en la educación en Alkmaar toda su vida, hasta el año pasado. Ella es 100 por ciento rechazada y ahora vive con un beneficio de WIA. Equivale al 70 por ciento de sus salarios anteriores; de los 2.800 euros netos mensuales se han descontado aproximadamente 800 euros. Ella preferiría, mucho más, seguir trabajando.

Su hijo adulto se mudó hace unos años y Fortuna está divorciada. Según ella, esto facilita el ajuste de su comportamiento de gasto a los nuevos precios altos. “Si todavía tuviera niños en la casa, que constantemente se comen el refrigerador o se dan una larga ducha, lo encontraría más difícil”.

Hace unos meses, Fortuna compró una bicicleta eléctrica: había esperado un año y medio para encontrar una oferta adecuada. Es un regalo del cielo, dice ella. Ahora hace todo en bicicleta, no tiene carro. «Una bicicleta como esa es, en última instancia, mucho más barata que el automóvil, y es maravillosa».

Cuando sale, aunque sea para hacer un recado, Fortuna apaga el interruptor principal. Para ahorrar energía. Todo, excepto el frigorífico y el congelador, se apaga. Antes hacía funcionar el lavavajillas cuando quedaba poco, ahora espera hasta que esté completamente lleno. «Y luego tuve suerte porque tuve mi tarifa de electricidad, casualmente justo antes de que comenzara la guerra en Ucrania, fijada por tres años».

Los precios en el supermercado han aumentado considerablemente en los últimos seis meses y Fortuna lo ha notado. Ella detalla la carpeta Vomar y la carpeta Bonus para ofertas. “¿Tres cajas de detergente en polvo, más tres gratis? ¡Saltar! Yo compro eso. Ella suele cocinar durante tres días: “Eso ahorra costos de gas e ingredientes. Una vez tuve verduras que se echaron a perder. Ahora compro menos verduras, para que quepa exactamente”. También vende más y más cosas a través de Marktplaats.

El interés de la hipoteca de su casa se fija por otros cinco años. “Después de eso él subirá. No soy Scrooge McDuck, así que seguiré buscando gangas y tendré que vivir frugalmente».



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