En El Telégrafo Leí una columna del ‘psicólogo’ Jeffrey Wijnberg sobre la pregunta apremiante ‘¿por qué los hombres mayores eligen a una mujer más joven?’ Alegremente Wijnberg anunció que tenía ‘la respuesta redentora’. ¡Finalmente! Sigo leyendo con las orejas rojas.
‘Toma un limón recién cogido: lleno de brillo, apretado en la piel, el aroma fresco brota espontáneamente de él. Deja ese mismo limón por un tiempo y lo que queda es un mármol duro y sin brillo, del que es difícil exprimir un poco de jugo”, dice Wijnberg. ¡Toca!
Continuó: ‘Ahora siempre habrá gente que diga: la verdadera belleza está dentro. Pero seamos realistas: en realidad estamos hablando de un tipo diferente de belleza, una belleza que tiene que compensar de alguna manera la fealdad del envejecimiento.
De manera tranquilizadora, agregó que “no había razón para estar histérico” y murmuró algo más sobre la “maldita transición” y “el fenómeno natural de la transitoriedad”.
Encima de esta serie de bêtises polvorientas había una fotografía de este falócrata extramaduro, con sus dientes de ratón astillados, bigote amarillento y los ojos entrecerrados de un viejo macho incontinente junto a la estufa. Me lo imaginé inclinándose desnudo para encontrar sus pantuflas debajo de la cama, el escroto arrugado colgando sin fuerzas.
Ahora es El Telégrafo por supuesto, no es exactamente el periódico de los Países Bajos, y eso no es necesario, porque ya hay suficientes periódicos de este tipo. Solo: Wijnberg claramente no sabe nada sobre limones. Yo, como ama de casa, (mucho después de la ‘maldita transición’) sí. Puedo decirle que no hay dos limones iguales; si, son solo mujeres.
Algunos yacen en el frutero durante una semana, siendo de un amarillo inmaculado y brillante, solo para convertirse repentinamente, de la noche a la mañana, en una bola de moho verde empapada. Algunos se ven bien, pero no dan jugo un día después de la cosecha, solo fibras y semillas. Otras sí se endurecen y se vuelven opacas por fuera: ya querrás tirarlas, pero mira, abres una y por dentro resulta que contiene decilitros de jugo, mucho más que sus hermanitas prietas y relucientes.
No, calabacín. Esos son solo hombres. Una joven es firme y crujiente, pero las más viejas son voluminosas y blandas. ‘¡Tómame!’, gruñen desde su caja. Y si te enamoras de ellos, resultan estar sucios y fibrosos por dentro, como un colchón viejo. Sí, eso también es el ‘fenómeno natural de la transitoriedad’.
Bueno, todavía puedes cocinar una buena sopa con un calabacín viejo. No de Jeffrey Wijnberg. Ni siquiera con pelotas.