Silvio «imaginario». Porque no podemos llamarnos Berlusconi


«Somos hijos de las estrellas», cantó Alan Sorrenti en el año en que el presidente Leone fue el primer italiano en nombrarlo caballero. «Somos hijos de las estrellas y bisnietos de Su Majestad el Dinero», comentaba Franco Battiato en el año en que estalló el escándalo de P2 y, aun en esa circunstancia, fue nominado. Así como somos hijos de las estrellas y bisnietos de Su Majestad el Dinero, nos guste o no, estamos hechos de la misma materia de la que está hecho Silvio Berlusconi. Hay algo en nosotros -especialmente los nacidos en la segunda mitad del siglo XX- que es un pedazo de él y, ahora que se ha ido, tendremos que admitirlo.

Silvio, más que una excelencia: un excedente

Independientemente de si votamos por él o lo impugnamos, si nos regocijamos cuando levantó la Copa de Campeones o nos avergonzamos cuando hizo trampa en los cuernos en la foto oficial en la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la UE de 2002, la deuda de la cultura de masas italiana en su comparaciones Nos guste o no, Silvio Berlusconi fue el último icono italiano, una gran pieza del imaginario colectivo a exportar, como el Neorrealismo y Ferrari, Brunello di Montalcino y Sophia Loren. Más que una excelencia: un excedente. Gran amante de ser amado pero divisivo, a veces incluso engreído en su capacidad de dividir Italia o el mundo. Casi una figura mitológica que se «alimenta» de las historias de sus oponentes, transformándolos en nueva materia mitológica.

La revolución de la televisión

Lo llamaban Su Radiodifusión. Habiendo azotado como un huracán a un país que emerge del terrorismo y de la prohibición de la televisión en color durante décadas por parte de la hegemonía cultural de la izquierda, comenzó dándonos títeres: el dragón Cinco, el perro Uan, el oso Cuatro. Crecimos viendo Canale 5, Italia 1 y Rete 4, hijos de Bim Bum Bam y Drive In, Striscia la Notizia y luego le Iene. Fue el primero en ofrecernos la televisión de niñeras, el variopinto turbio, la investigación en parte periodística, en parte tabloide y en parte canalla, algo que la televisión estatal, antes que él, nunca había contemplado. Hizo la revolución arrebatándole a Rai a Mike Bongiorno, Maurizio Costanzo, Corrado, los Boncompagnis, los Sandres y los Raimondis, pero más aún imponiendo como autor a Antonio Ricci, el autor de los textos de Beppe Grillo que, en la corte de Silvio, se convierte en el verdadero ideólogo de la televisión de Berlusconi. La insoportable ligereza del tener, la llegada de los bocadillos, el reflujo de los ochenta, aquí con nosotros, eran todas cosas berlusconianas.

El hombre que amaba ser amado

La revolución cultural de Berlusconi inevitablemente creó barricadas. Con la caída del Muro, la llegada de Tangentopoli y, más aún, la bajada al campo, la tensión se hizo muy alta. Y aquí llegamos, por primera vez, al divisorio Berlusconi: por un lado «los suyos», abanderados de la desconexión, por otro los de la hegemonía cultural, herederos de la diversidad moral comunista que, al grito de Fellini de «No Para interrumpir una ‘emoción’ contra Berlusconi en 1995 querían (y perdieron) el referéndum sobre la publicidad televisiva. No habían entendido -como en el caso de la televisión en color- que la historia entretanto había dado la vuelta y ya estaba en otra parte. Pero ese «contra Berlusconi» fue el regalo más grande que podían recibir de un adversario político, el verdadero aglutinante que mantuvo unida, durante veinte años y más, a la izquierda militante, a la sociedad civil, a los intelectuales, a la gente de las rotondas, a diversas vaffa y eventuales . Cuántos intelectuales y artistas italianos han sido aún más intelectuales y artistas después del advenimiento de Berlusconi, precisamente porque estaban en contra de Berlusconi. Le dio a Indro Montanelli una segunda juventud, por primera vez, de oposición. Enzo Biagi, Daniele Luttazzi y Michele Santoro, destinatarios del memorable edicto búlgaro, se convirtieron en símbolos a pesar de ellos mismos. A Paul Ginsborg, autor de Berlusconi. Ambiciones patrimoniales en una democracia mediática, le dio el papel de hermenéutica del fenómeno. A Franco Cordero, jurista de excelente pluma, le regaló la dichosa metáfora del «caimán».

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El caimán y el intelectual orgánico (que no existe)

Y así llegamos al cine: más de una generación de autores italianos están en deuda con él y no sólo por el papel desempeñado por Medusa Film. Sin Berlusconi, Nanni Moretti no nos habría dado el caimán, en el sentido de la película, quizás el primer trabajo sobre Silvio para comprender que el problema no es tanto el propio Berlusconi como el Berlusconi que hay en mí. Sin él Paolo Sorrentino hubiera perdido Ellos, superproducción sobre la épica historia de los olgettinos. Y la lista es todavía larga: va desde Videocracia. solo apareceun documental sueco un poco como Michael Moore, a series de televisión 1992, 1993 Y 1994, gracias a la cual incluso Stefano Accorsi ha tomado una pose de autor. Los cineastas tuvieron una vida fácil con Berlusconi, porque Berlusconi ya era un cine por derecho propio. ¿Quién, por ejemplo, habría soñado alguna vez con atarse a una mujer con una verdadera boda falsa? Berlusconi como fenómeno político quizás no haya producido lo que alguna vez hubiéramos llamado «intelectuales orgánicos» -quizás excluyendo la experiencia de Foglio de Giuliano Ferrara a quien debemos el nacimiento de la marca «Cav». – pero a cambio ha alistado a innumerables intelectuales a la causa anti-Berlusconi. Algunas de las cuales, como Roberto Saviano, paradójicamente deben su éxito en el escenario nacional a empresas de la familia Berlusconi (Mondadori).



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