No hay medidas drásticas, incluso si el escenario más oscuro se materializa con el cierre completo de los grifos de gas rusos. También porque la dependencia de Moscú bajó en 6 meses del 40% (los 29.000 millones de metros cúbicos que todavía importamos en 2021) al 18% actual. Y podría caer aún más, hasta un 10%, con los dos regasificadores flotantes comprados por Snam y destinados a Piombino y Ravenna. Traducido: por lo tanto, no habrá racionamiento a gran escala para las empresas como se teme al otro lado de la frontera (léase Francia). Tampoco volverán las manos con los empleados públicos de vuelta al smart working ni con la reactivación de la educación a distancia (el famoso Papá) ni con las semanas cortas en los colegios para recortar el consumo energético. También porque la posición del gobierno es clara. “No hay vuelta al pasado”.
El ministro de Transición Ecológica, Roberto Cingolani, ratifica la línea de prudencia y ayer, en Consejo de Ministros, presentó el paquete de intervenciones en el seno del plan de ahorro de gas para el sector civil, vivienda, residencial, tanto público como privado, que sigue al estudio presentado en julio por Enea y en el que se prevé una reducción mínima de las temperaturas de calefacción (de 20 a 19 grados en oficinas y viviendas con los radiadores apagados una hora antes y con mayor esfuerzo en zonas climáticas menos rígidas), para se transmitirá a través de una campaña de comunicación ad hoc y que debería comenzar en octubre con un decreto ministerial listo próximamente.
Medidas especialmente blandas, por tanto, cuya eficacia, sobre todo en los hogares, dependerá, y no poco, del sentido común de cada uno. El mismo que debe asegurar el “uso optimizado de la energía”, por decirlo en palabras utilizadas ayer por Cingolani en el Consejo, sobre el que, como se mencionó, deberá actuar la campaña de información que el ministerio se dispone a lanzar próximamente. Pero buena parte de esos 3.000-6.000 millones de metros cúbicos de gas al año, que la ministra pretende ahorrar, procederá también del uso de combustibles alternativos durante periodos limitados. Lo que, en otras palabras, significa bombear al máximo las centrales térmicas de carbón, como ya se anunció, por un tiempo limitado (máximo 2 años).
Hasta aquí los recortes para llegar a esos 4.000 millones de metros cúbicos menos de gas hasta finales de marzo que necesita Italia para alcanzar el objetivo solicitado por Bruselas. Donde, para mediados de octubre, se esperan los planes individuales con los que los Estados tendrán que reducir voluntariamente el consumo energético para permitir que Europa ceda 45.000 millones de metros cúbicos de gas en los próximos siete meses. Pero está claro que el eje principal, para que el sistema aguante sin sobresaltos particulares incluso en el caso de un apagón total en Rusia, habrá que asegurarlo mediante suministros alternativos, que Cingolani volverá a adecuar en el plan, como así como por el sprint sobre almacenamiento (que ahora son del 82,3%) y sobre los dos nuevos regasificadores flotantes para los que el ministro imagina una hoja de ruta ultrarrápida que no pasa por la vacilación. La referencia es sobre todo a la planta de Piombino, sin la cual, según la alerta reiterada ayer por Cingolani, “existe un riesgo real de entrar en emergencia en marzo de 2023”.
Un riesgo del que la ministra -que también está ultimando los dos decretos para asegurar el gas (unos 2.000 millones de metros cúbicos) y la electricidad (unos 18 teravatios hora) a precios controlados para los consumidores de energía y gas- no quiere oír hablar. Cómo no quiere oír hablar de racionamiento para empresas. En todo caso, la vía, sólo en caso necesario, será la de la interrumpibilidad ya prevista para emergencias. Mientras que otras opciones -interrupciones limitadas o aplazamientos de la producción, así como remodelaciones de mantenimiento-, en todo caso todas de forma voluntaria y contra pago, están sujetas a comparación.