Reconocer que los demás tienen derecho a elegir.


Quedarse atrás todavía es definido en los tribunales por algunos defensores como «un hecho injusto», como justificación de la reacción violenta del imputado contra su exesposa, pareja o novia. Dos palabras que resumen claramente una cultura que sigue anclada en estereotipos de hace muchas décadas. Y no se puede descartar como algo lejano a nosotros porque se encuentra tanto en las grandes ciudades del Norte como en los pueblos costeros del Sur, tanto en las familias acomodadas de profesionales como en los hogares de desempleados y trabajadores precarios, tanto en parejas de graduados como en los hogares de quienes no han podido terminar sus estudios, entre italianos de generaciones e inmigrantes recién llegados a nuestro país. ES una cultura omnipresente que se alimenta de sí misma con estereotipos y clichés repropuestos por los medios de comunicación, por los libros (incluidos los de texto), por las enseñanzas desfasadas y por una pedagogía de género todavía demasiado ignorada.

Luchar contra el fenómeno de la violencia contra las mujeres, que ahora se ha vuelto estructural en Italia, pensar en actuar solo «aguas abajo» apoyando a las víctimas que se animan a denunciarlo, financiando centros contra la violencia, aumentando las penas para los abusadores y las medidas preventivas es miope. Porque por muchas situaciones individuales que se resuelvan, otras tantas surgirán si la cultura de las relaciones entre hombres y mujeres en este país no ha cambiado.

Una intervención «aguas arriba», donde se formen los ciudadanos del mañana, se hace imprescindible. Se necesita un plan concertado que incluya intervenciones del sistema en formación y educación empezando por aquellos que trabajan de cerca con los más pequeños en las escuelas, en el deporte, en las actividades extraescolares y representan un primer modelo a seguir. A partir del jardín de infancia, los niños y niñas deberían poder crecer sin los estereotipos que son tan difíciles de desmontar una vez que se hacen adultos. Y luego nuevamente en las escuelas primarias contar con un material educativo actualizado y respetuoso de los principios expresados, ante todo, por nuestra Constitución. Llegar al bachillerato, donde en la adolescencia se estructuran valores, creencias, comportamientos y actitudes hacia uno mismo y hacia los demás.

Invertir en prevención significa mucho más que destinar unas decenas de millones a centros contra la violencia oa la reinserción laboral de mujeres que se recuperan de la violencia. Significa tener una idea de la sociedad del mañana y desarrollar una estrategia general para llevar al país a crecer en esa dirección. Empezando por los más pequeños, porque solo sembrando segaremos.



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