Rafael del Pino: el multimillonario constructor de carreteras pasando factura en España


En 1981, Rafael del Pino fue enviado a los desiertos de la Libia de Muammer Gaddafi para ayudar a Ferrovial, el grupo de infraestructuras de su padre, a construir 700 km de autopistas, una prueba de su temple en uno de los mercados más difíciles para la empresa española.

El joven ingeniero pasó la prueba y cuatro décadas después es el presidente de la empresa. Pero el entorno más hostil al que se enfrenta hoy es en España.

La decisión del multimillonario de trasladar la sede de Ferrovial de Madrid a los Países Bajos, diseñada para allanar el camino a una cotización de acciones en Nueva York, ha indignado al gobierno español.

Del Pino, de 64 años, ha sido acusado de destrozar España, evadir impuestos y de ingratitud por abandonar un país cuyos proyectos viales y ferroviarios financiados con fondos públicos fueron la base de la prosperidad de Ferrovial.

Lo más hiriente de todo fueron las palabras del primer ministro socialista Pedro Sánchez. “Hay muchos empresarios que están comprometidos con su país”, dijo. “Este no es el caso de Del Pino”.

El jefe de Ferrovial se sorprendió por la feroz reacción de este mes e intentó contactar a Sánchez, según una persona cercana a Del Pino, pero su intento fue rechazado.

Su sorpresa sugiere ingenuidad política. Un alto funcionario del gobierno dice que fue un gran error no decirle al primer ministro que se avecinaba el anuncio. Del Pino tampoco vio que la medida de Ferrovial tocaría un nervio al resaltar una paradoja del gobierno de izquierda, que está cortejando a los inversionistas extranjeros mientras aliena a algunas empresas nacionales con impuestos extraordinarios y acusaciones de codicia.

Aunque Del Pino está bajo presión, “es una persona extremadamente racional, tiende a ser desapasionada”, según Alberto Terol, un empresario que lo ha conocido como cliente y miembro de asociaciones gremiales. Otra persona que conoció a Del Pino en la década de 1990 lo describe como un “pez frío” que no se enoja.

Su participación del 20 por ciento en Ferrovial tiene un valor de 4.000 millones de euros, lo que lo convierte en la tercera persona más rica de España, pero evita ser el centro de atención.

Lo que lo incomoda, según un viejo amigo, es cómo el enfrentamiento con el gobierno se ha vuelto tan público y personal. “Es un tipo de perfil bajo y alérgico al conflicto”. Pero es otra cosa si no es elegido como protagonista, agregó el amigo, y está más que dispuesto a llevar a su compañía a la batalla.

Su mayor conquista se produjo en 2006 con una oferta hostil por BAA, el operador de aeropuertos del Reino Unido propietario de Heathrow, que finalmente adquirió Ferrovial por más de 15.000 millones de libras, incluida la deuda, tras superar en maniobras a Goldman Sachs en una frenética subasta. “Luchan muy duro”, dijo quien lo conoce desde la década de 1990.

Nacido en Madrid en 1958, Del Pino creció cuando su padre, Rafael del Pino Moreno, construyó un negocio sobre contratos de obras públicas del régimen del dictador Francisco Franco. Tras estudiar ingeniería civil en la capital española, se incorporó a la empresa familiar a principios de la década de 1980, cuando su tío Leopoldo Calvo-Sotelo, marqués, era el segundo presidente del Gobierno elegido democráticamente tras la caída de Franco. En 1984 se tomó dos años para realizar un MBA en la escuela Sloan del MIT.

Del Pino se convirtió en consejero delegado en 1992 y estuvo allí para la exitosa oferta de Ferrovial en 1999 para gestionar una autopista de peaje en Toronto, un punto de inflexión en su crecimiento internacional. Pero no fue hasta que reemplazó a su padre como presidente en el año 2000 cuando comenzó a modernizar la compañía y expandirla de manera decisiva más allá de sus raíces españolas.

Un anglófilo reacio a seguir a la multitud, Del Pino no se unió a la carrera hacia América Latina de otras empresas españolas. En cambio, se centró en el Reino Unido, Australia, Canadá y EE. UU., donde otro contrato preciado es la operación de la Terminal 1 en el aeropuerto JFK de Nueva York.

Un atractivo del mundo anglosajón ha sido su “seguridad jurídica”, que Ferrovial también citó como una ventaja en los Países Bajos, un desaire a España que enfureció al gobierno.

Un empresario recuerda haber estado en el lado equivocado de un trato “horrible” con Del Pino. En 2006 vendió su negocio inmobiliario nacional a un consorcio español por 2.200 millones de euros, incluida la deuda para compensar los préstamos acumulados para comprar BAA. El mercado inmobiliario se estaba sobrecalentando e incluso antes de que se cerrara el trato, un miembro del consorcio tenía dudas de última hora. “Pero Del Pino tiene un gran ego, y su ego los convenció de seguir adelante”, dijo la persona.

Jonathan Amouyal, socio del fondo de cobertura TCI, uno de los mayores accionistas de Ferrovial, dijo que Del Pino “es un visionario. . . muy analítico, y alguien que sabe tomar riesgos medidos. Piensa extremadamente rápido, pero no se apresura a tomar decisiones”.

La estratagema holandesa no surgió de la nada. Ferrovial cotizó su negocio fuera de España en Ámsterdam en 2018. Una entidad con sede en los Países Bajos llamada Rijn Capital posee una parte o la totalidad de la participación de Del Pino en Ferrovial desde 2015. Ferrovial dice que trasladará su sede central al país, criticado durante mucho tiempo por facilitar la ingeniería financiera — será “neutro” para los impuestos de la empresa y no está motivado por intereses personales de nadie.

Del Pino no ha dicho nada públicamente sobre el furor. Unos días después de que estallara, su director ejecutivo apareció en un mensaje de video para decir que Ferrovial mantendría los empleos y la inversión en España.

El país ahora representa solo el 18 por ciento de los ingresos de Ferrovial y 5.000 de sus empleados, por debajo de un pico de 35.000. El director ejecutivo dijo que la compañía espera que su nuevo capítulo “sea de gran interés para muchos inversores”. El gobierno español no recibió una mención.



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