Junto con otros cinco investigadores, el neurocientífico Daniel Cameron de la Universidad McMaster de Canadá ha determinado que las personas inconscientemente bailan más cuando se incorporan sonidos graves inaudibles a la música durante un concierto. El equipo publicó los resultados del estudio a principios de este mes en la revista científica Biología actual.
El experimento se llevó a cabo en un centro de pruebas de la Universidad McMaster llamado LIVELab. En esta sala de conciertos se realizan investigaciones científicas sobre la música, el sonido y el movimiento, y su importancia para el desarrollo humano y la salud.
Durante una actuación del dúo canadiense de música electrónica Orphx, algunos miembros del público tuvieron que llevar cintas en la cabeza con sensores de movimiento. Durante el concierto de 55 minutos, los llamados amplificadores VLF se encendieron y apagaron cada 2,5 minutos, produciendo sonidos graves extremadamente bajos.
Los datos recopilados mostraron que las personas que usaban sensores de movimiento se movían hasta un 11,8 por ciento más cuando los amplificadores VLF producían sonidos muy bajos, sonidos que, por lo tanto, no son perceptibles conscientemente. Para verificar que los presentes definitivamente no pudieron detectar el bajo extremadamente bajo, los científicos realizaron una investigación adicional después del concierto. Se preguntó a 17 participantes si escuchaban alguna diferencia entre las grabaciones de la actuación en las que los amplificadores VLF estaban encendidos y las grabaciones en las que estaban apagados, pero que por lo demás eran idénticos. La prueba mostró que la audiencia no podía escuchar la distinción en absoluto. “Quedé impresionado con el efecto”, dijo Cameron. “La gente no escuchó cambios en la música, pero esos cambios guiaron sus movimientos”.
El hecho de que los sonidos graves, incluso cuando no se perciben conscientemente, pueden hacer que las personas bailen significativamente cada vez más intensamente proporciona evidencia, según los investigadores, para la hipótesis de que los sonidos graves estimulan varios órganos sensoriales del cuerpo (como la piel y el órgano del equilibrio) que están muy ligados al sistema motor.
Estas conexiones pasan por alto la corteza frontal en el cerebro, dejando la percepción en un nivel inconsciente, pero sin embargo provocando el movimiento. “La investigación sobre los efectos de las frecuencias bajas en la audición, el equilibrio y el tacto debería revelar los mecanismos cerebrales exactos involucrados”, dice Cameron.