Por qué la diferencia de salud entre ‘abajo’ y ‘arriba’ no se está reduciendo

Wilma Vollebergh16 de abril de 202310:00

Se sabe desde hace años que las personas en el ‘fondo’ de la sociedad, las personas con poca educación, que viven en barrios con casas mal aisladas y con corrientes de aire, son mucho menos saludables que sus compatriotas más acomodados y mueren años antes. Parte de la explicación de esto radica en las características del estilo de vida y sus consecuencias (tabaquismo, hábitos alimenticios, obesidad, por mencionar algunos importantes).

La respuesta a esto también ha sido la misma durante años: campañas de prevención y apoyo extra para fortalecer un estilo de vida saludable entre estos grupos de personas. Eso está bien, por supuesto, pero ¿por qué la brecha no se hace más pequeña todo el tiempo?

Sobre el Autor

Wilma Vollebergh es profesor emérito de Ciencias Sociales Interdisciplinarias en la Universidad de Utrecht. En abril, es columnista invitada de de Volkskrant, que invita a alguien todos los meses a publicar una serie de columnas en volkskrant.nl/opinie.

No pretendo poder dar la respuesta definitiva a esta pregunta. Pero lo que sí sé es que hay un factor importante que a menudo se pasa por alto: la espiral descendente de personas con problemas de salud, lo que los sitúa más bien en el fondo de la sociedad terminar.

No es (solo) la posición socioeconómica más baja la que conduce a los problemas de salud: son también los problemas de salud los que conducen a una posición socioeconómica más baja. Cuanto más fuerte es esta espiral, mayores son las diferencias socioeconómicas en salud.

Este proceso es detectable desde el comienzo de la vida. Las personas con problemas de salud, con enfermedades crónicas, con discapacidades físicas tienen muchas más posibilidades de terminar en el ‘fondo’ de la sociedad desde el comienzo de sus vidas. Sus posibilidades de conseguir un buen trabajo con ingresos equivalentes y oportunidades para desarrollarse más en ese trabajo son muchas veces menores desde el comienzo de sus vidas que las de las personas sin estos problemas.

Cuanto más graves sean los problemas, mayor será la posibilidad de declive social. Por lo tanto, las personas no mueren antes (solo) porque están en una posición socioeconómica más baja, las personas que tienen una esperanza de vida más corta debido a su enfermedad también han terminado aquí con más frecuencia en el transcurso de sus vidas. El resultado de esta dinámica es que vemos una acumulación de problemas de salud en el ‘fondo’ de la sociedad.

Los problemas de salud mental juegan un papel similar en este movimiento descendente. La RIVM lo viene demostrando desde hace años que los problemas psicológicos –como la depresión, los problemas de adicción– se encuentran entre las principales causas de ausentismo y pérdida de productividad en el proceso laboral. Eso le cuesta mucho dinero a la sociedad, pero a mucha gente con estas quejas le cuesta su posición social.

Entre las personas sin hogar, por ejemplo, el porcentaje es personas con problemas psicológicos (adicciones, esquizofrenia) extraordinariamente alto. Nuevamente, esto se aplica: las personas no solo tienen problemas psicológicos por vivir en el ‘fondo’ de la sociedad; las personas con serios problemas psicológicos tienen muchas más probabilidades de terminar en este ‘fondo’.

Esto también es una dinámica que ocurre temprano en la vida. Los jóvenes con determinados problemas psicológicos (TDAH, autismo, problemas de conducta) tienen más posibilidades de acabar en niveles educativos inferiores, aunque tengan las capacidades cognitivas para afrontar niveles superiores.

Esta espiral descendente de personas con problemas de salud es una causa tan importante de los problemas de salud en el ‘fondo’ de la sociedad como la vida en el ‘fondo’ mismo. Y a medida que una sociedad se vuelve menos consciente de las consecuencias negativas de los problemas de salud y el apoyo a estos grupos disminuye sistemáticamente con apelaciones a la “autosuficiencia” de los ciudadanos, esta espiral descendente se refuerza, lo que resulta en diferencias aún mayores entre el “lado superior” saludable ‘.’ y el ‘fondo’ malsano de la sociedad.

Visto de esta manera, es algo más comprensible que los esfuerzos para reducir las desigualdades socioeconómicas en salud hayan sido bastante infructuosos durante décadas. Cuanta menos solidaridad tenga una sociedad con las personas con problemas de salud, más entrarán esos grupos en una espiral descendente y mayores serán las diferencias.

La única forma de contrarrestar esto es más solidaridad con los grupos más débiles, incluidos aquellos cuyos problemas de salud les impiden ser completamente autosuficientes en esta sociedad compleja. Este llamado a una mayor solidaridad ciertamente no es nuevo, pero merece ser expresado una y otra vez cuando el enésimo estudio muestra una vez más cuán mala es la salud de las personas en posiciones socioeconómicas más bajas.

Además de una política encaminada a mejorar las condiciones de vida y el estilo de vida de las personas del ‘extremo inferior’ de la sociedad, sería bueno crear una red de seguridad mucho más generosa que pudiera evitar que las personas con problemas de salud acaben en esa situación.

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