Eso cambió en octubre de 1942, durante una gran incursión en las tres provincias del norte. Muchos judíos fueron llevados, otros huyeron y no regresaron. A pesar de que Herman Braaf construyó su vida en Israel, todavía piensa en sus amigos de Drenthe todos los años.
“Sí, claro. Porque es emotivo. Emotivo porque todos los años viajo con esos niños, con mis amigos en ese tren. Hablo con ellos. Los animo”. Pero también en su mente, Braaf es el único que regresa. “Todos se quedaron. Nadie volvió”.