Dos victorias y un empate ante tres grandes nombres de Europa. Inzaghi y Sarri con la fuerza del juego, Calzona con orgullo y… Víctor
En el minuto 75 del Napoli-Barcelona, el descorazonado Maradona se preguntó (y nosotros con él): “¿Pero qué le habéis hecho? ¿Cómo habéis reducido la maravillosa máquina de juego y goleador del Scudetto?”. Aquí – recordó el estadio -, Spalletti le dio 4 al Liverpool, 4 al Ajax, 3 al Eintracht… Casi cada acción fue una oportunidad de gol, cada partido fue diversión y orgullo de pertenencia. Este Napoli, en su tercer entrenador, subarrendado en Eslovaquia, atormentado por errores de gestión, todavía no ha disparado a puerta en el minuto 75 y está abajo por un gol de Lewandoski, con un Kvara sordo sustituido refunfuñando. La primera media hora fue descorazonadora para los azzurri, totalmente a merced de un Barcelona menor, destrozado por sus propias debilidades, a años luz de la arrogancia técnica de su glorioso pasado. Pero en el minuto 75 el balón llega a Osimhen, de espaldas a la portería. Resiste una carga, se gira y la mete en la red. Al menos él está ahí. Regresó de África y quizás del pasado. El tótem del campeonato anotó. El Nápoles se aferra a él y al orgullo que aún conserva el equipo. Lo demostró al final de la primera parte, en la que recuperó el control del partido, y al final de la segunda, en la que intentó ganarlo. La esperanza de que Osi vuelva cada vez más a su pasado, de que Kvara recupere la sonrisa, de que Calzona pueda hacer fructificar sus ideas, autoriza la fe en la empresa del Camp Nou, frente a ese caballo sacudido del Barça que, Virtualmente ya ha desbancado a Xavi y ya no galopa como antes. Se puede hacer.