“Otro pensaría el sábado por la mañana: dormí muy bien, ahora preparemos una taza de café y leamos el periódico de la mañana. Pero lo primero que oigo en cuanto abro los ojos es la voz de mi madre en mi cabeza: ‘Estás recostada en tu cama. ¡Podrías haber lavado algunas cargas de ropa y estar de camino al supermercado hace mucho tiempo!’ Hacer algo por mí mismo no me resulta divertido, porque escucho sus críticas en mi mente. ‘Le pones demasiada sal al huevo, ¡sabes que eso no es bueno para ti!’ ‘¿Estás usando lápiz labial? ¿Crees que a tu edad los hombres todavía te miran?
No importa lo que hice antes, nunca estuvo bien ante sus ojos. Mi ropa era estúpida, mi trabajo era demasiado exigente, no estaba criando bien a mi hija… Mi marido rápidamente se hartó de eso. De él mi madre ya no tuvo que enfrentarse a sus eternas críticas. Pero soy su única hija y no tuve el valor de sacarla de mi vida. Por eso iba a verla todas las semanas. Más adelante en su vida pareció endurecerse aún más. Ella no podía soportar la atención domiciliaria, yo era el único al que permitía acercarse a ella. Seguí adelante porque sabía que podía cerrar la puerta detrás de mí y regresar a mi cálida vida familiar.
Ella ya no está viva, pero es como si su desaprobación se hubiera hundido bajo mi piel. ¿Quieres sentarte al sol con los ojos cerrados? ¿Dejar los platos hasta la mañana siguiente? ¿No limpias las ventanas sin rayas? Ahí está su voz otra vez para quemarme. Lo único que ayuda contra esto es mi dulce y de mente abierta nieta. “Abuela, te amo”, suele decir cuando se arroja a mis brazos. Mi corazon. Cuando veo su rostro radiante, la voz desagradable de mi madre desaparece en un segundo plano”.