La trayectoria retrógrada de México en materia de Estado de derecho


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México está avanzando a toda velocidad con una de las reestructuraciones más radicales del sistema jurídico del mundo, alarmando a inversores y ciudadanos por igual. En su último mes en el cargo, el presidente Andrés Manuel López Obrador está utilizando la supermayoría de su coalición en el Congreso para impulsar cambios constitucionales que permitan cambiar a toda la Corte Suprema y a varios miles de jueces de tribunales estatales, federales y de apelaciones, con reemplazos elegidos por voto popular. Los candidatos a algunos puestos sólo necesitarán un título en derecho, cinco años de “experiencia legal” indefinida y una carta de recomendación de alguien para poder postularse.

Aunque algunos países, entre ellos Estados Unidos, eligen a algunos jueces locales o estatales, pocos invitan a los votantes a elegir a los magistrados de la Corte Suprema o del Tribunal Federal. La selección de los principales funcionarios jurídicos requiere una cuidadosa evaluación independiente de su experiencia y calificaciones, no de su atractivo para los votantes o del respaldo de un partido político. En un país como México, con un historial de corrupción y violencia generalizada relacionada con el narcotráfico, un plan de este tipo es especialmente riesgoso.

Estados Unidos, el mayor socio comercial e inversor extranjero de México, ha dado la voz de alarma; la Cámara de Comercio estadounidense afirma que los cambios corren el riesgo de socavar el Estado de derecho. Los jueces y empleados del sistema judicial han hecho huelga en protesta. El peso ha caído alrededor de un 15 por ciento desde las elecciones mexicanas de junio.

López Obrador ha desestimado las preocupaciones, calificándolas de lobby de una élite corrupta y egoísta. Ambas cámaras del Congreso han votado a favor de la legislación, que ahora debe ser ratificada por la mayoría de las legislaturas de los 32 estados del país. Deberían rechazar las reformas porque no abordarán la impunidad y la corrupción que aquejan al sistema legal de México. Una reforma de la policía y los fiscales sería una solución mucho mejor.

Las preocupaciones sobre el rumbo que está tomando México son mucho más profundas. Desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte a principios de los años 1990, México ha avanzado de manera constante hacia una integración más estrecha con Estados Unidos y Canadá. Y no sólo en el plano económico: México también ha creado una comisión electoral independiente para demostrar la confianza en un sistema electoral empañado por el fraude, una comisión de derechos humanos para controlar los abusos de las fuerzas de seguridad y reguladores independientes que cubren áreas como las telecomunicaciones y la competencia.

Esas entidades ayudaron a dar confianza a los inversionistas de que México estaba convergiendo con sus vecinos norteamericanos y alejándose de un pasado autoritario en el que un solo partido político gobernó durante la mayor parte del siglo XX.

López Obrador ve la historia de otra manera. Para él, la apertura de México al comercio y la inversión en los años 1990 fue el comienzo de un período de “pesadilla” de neoliberalismo y su política económica “servil y saqueadora”. Su reemplazo es la “Cuarta Transformación”, una agenda nacionalista para una economía dominada por el Estado destinada a mejorar la suerte de las masas bajo la tutela de su cada vez más poderoso partido Morena.

La promesa de que esto conduciría a una mayor prosperidad hasta ahora ha resultado falsa: el crecimiento bajo la presidencia de López Obrador será el más bajo de México en este siglo y el país está perdiendo una gran oportunidad de alejar la manufactura de China.

El mes próximo llega un nuevo presidente, pero no una nueva ideología: Claudia Sheinbaum, la sucesora elegida por López Obrador, es una partidaria voluntaria de su revolución legal, de su afición a dar más poder a los militares y de sus planes de debilitar las jóvenes instituciones de México. Algunos inversionistas ven a Sheinbaum como una tecnócrata modernizadora, aunque esto está en contradicción con su pasado como funcionaria e ideóloga leal del partido.

La presidenta electa aún tiene tiempo para reconsiderar el alejamiento de su partido de los valores e instituciones norteamericanos. Debería hacerlo antes de que los inversionistas comiencen a revalorizar a México como economía centroamericana.

Este editorial ha sido actualizado para reflejar desarrollos posteriores.



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