Imagínese si Rusia se retirara de todo el territorio ucraniano ocupado y los rusoparlantes en la región de Donbass y Crimea renunciaran al separatismo a cambio de autonomía y derechos cívicos. Dada la sed de Vladimir Putin de anexar gran parte de Ucrania y su asalto a la identidad nacional ucraniana, tal resultado está actualmente fuera de alcance. Pero para gran parte del mundo parecería una solución razonable.
En el conflicto de 35 años de duración entre los estados de Armenia y Azerbaiyán, en el sur del Cáucaso, empieza a parecer posible un acuerdo en este sentido. El 22 de mayo, Nikol Pashinyan, primer ministro de Armenia, declaró que estaba dispuesto a reconocer la soberanía de Azerbaiyán sobre Nagorno-Karabaj, un enclave de población armenia en Azerbaiyán. Su condición principal era que el gobierno de Bakú protegiera los derechos y la seguridad de los aproximadamente 120.000 armenios de Karabaj.
Por su parte, Ilham Aliyev, presidente de Azerbaiyán, dijo la semana pasada que veía “una posibilidad de llegar a un acuerdo de paz, considerando que Armenia ha reconocido formalmente a Karabaj como parte de Azerbaiyán”.
Un acuerdo enviaría cuatro mensajes al mundo. En primer lugar, pondría fin a la disputa territorial sin resolver más antigua de la antigua Unión Soviética, un conflicto en ocasiones ferozmente combatido que comenzó en 1988. En segundo lugar, aportaría estabilidad al sur del Cáucaso, un frágil punto de encuentro de civilizaciones donde la UE, EE. UU., Rusia , Turquía, Irán y China se rozan con inquietud. En tercer lugar, un acuerdo sugeriría que, a pesar de la guerra en Ucrania y a pesar de que sus esfuerzos diplomáticos en el sur del Cáucaso no están exactamente coordinados, los gobiernos occidentales y Rusia pueden encontrar intereses separados para resolver un conflicto notoriamente intratable.
La cuarta lección es más reveladora sobre las duras realidades de la geopolítica. Una de las razones por las que se vislumbra un acuerdo es que Azerbaiyán ha ganado la partida en su lucha militar con Armenia. Sin duda, esta lección no pasará desapercibida para los ucranianos.
Durante una guerra en 1991-1994, en el que murieron unas 30.000 personas, Armenia tomó el control de Nagorno-Karabaj y, parcial o totalmente, siete regiones a su alrededor. Poseía alrededor del 13,6 por ciento del territorio internacionalmente reconocido de Azerbaiyán. En una guerra de seis semanas en 2020 que costó otras 8.000 vidas, las fuerzas azerbaiyanas recuperaron casi toda la tierra perdida. Desde entonces, Bakú ha aprovechado su ventaja, induciendo la concesión de Pashinyan sobre Nagorno-Karabaj.
Un acuerdo de paz no es de ninguna manera seguro. En una reunión en Moscú el 25 de mayo, presidida por Putin, Pashinyan y Aliyev intercambiaron palabras de enfado por la decisión de Bakú de establecer un puesto de control en el corredor de Lachin. Esta es una carretera que atraviesa Azerbaiyán y es el unico camino conectando Armenia con Nagorno-Karabaj. Para el pueblo en apuros de Nagorno-Karabaj, el puesto de control despierta viejos temores de que el objetivo a largo plazo de Azerbaiyán es limpiar étnicamente el enclave de armenios.
Esto apunta a otro obstáculo. La concesión de Pashinyan ha provocado indignación en Nagorno-Karabaj y en gran parte de la sociedad armenia, donde el sueño de un espacio político único que une el enclave con Armenia parece estar desmoronándose. Pero las opciones de Armenia y Nagorno-Karabaj son limitadas. Las relaciones de Ereván con Moscú son malas debido a la negativa de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, un bloque militar dirigido por Rusia, a ponerse del lado de Armenia en los recientes enfrentamientos con Azerbaiyán. Estados Unidos y la UE apoyan la restauración de la integridad territorial de Azerbaiyán, con garantías para el pueblo de Nagorno-Karabaj.
Aún así, si Occidente y Rusia pueden evitar que su antagonismo sobre Ucrania se extienda al sur del Cáucaso, y si Azerbaiyán calma los temores de los armenios de Karabaj, la paz puede ser posible. Sería todo un logro en un mundo convulso.