La gran amargura: pero la Roma de los Friedkins no se queda ahí

El partido para los giallorossi cambió con la salida de Dybala, en la segunda parte el Sevilla creyó más en ello. Luego decepción y lágrimas.

Un gran amargor. Mourinho, el hombre que nunca ha fallado en una final, esta vez frena en los penaltis y la Roma pierde la oportunidad de un doblete histórico tras ganar la Conferencia. La Europa League acaba por séptima vez en el tablón de anuncios del Sevilla. Perdón por los casi 25.000 giallorossi que habían invadido Budapest. Para los que habían llenado el Olimpico de Roma. Para los que en casa esperaban poder volcarse a las calles para dar vida a una de esas fiestas que quedan impresas en Roma desde hace décadas. Pero lo siento aún más porque el Sevilla no fue superior a la Roma. Y lo siento porque el juego había comenzado de la mejor manera, pero no fue suficiente. Las lágrimas del final de Dybala son las de todo el pueblo gitano y duelen. De un plumazo, la Roma pierde la Copa, el consiguiente acceso a la próxima Champions y la renta que le garantiza. Como ante el Liverpool en la Copa de Europa de 1984, el sueño de la Roma acabó en los penaltis.

Había un deseo de alegría en Budapest. Y Joya llevaba allí casi una hora. Hasta el empate del Sevilla, Dybala había iluminado el escenario. Sorprendente sobre el césped desde el inicio, pero en buenas condiciones deportivas, no sólo había marcado el 1-0 sino que había protagonizado jugadas de clase que habían dado certezas al equipo y empujado a elevar su habitualmente bajo centro de gravedad. La Roma en la primera parte, salvo una jugada de Rakitic, había dado una clara impresión de superioridad. Cubría mejor el campo, era más peligroso, daba poco espacio al regate del rival.

Lo que, por otro lado, se vio enseguida en la segunda mitad. La Roma se agachó, concedió un desafortunado gol en propia puerta y perdió el control del juego. No es que sufriera especialmente, pero en la segunda parte fue el Sevilla quien más creyó en ello y empujó con mayor número de jugadores ofensivos, aunque el gol que falló Belotti en el último partido se quedó en el ojo, como hizo Baggio en el Mundial de 1998 contra Francia. Pero el juego de los giallorossi ya había cambiado con la marcha de Dybala que, cuando juega, representa el 70 por ciento de la capacidad de creación de peligro de la Roma, el otro 30 está ligado sobre todo a la capacidad de balón parado. No es nada nuevo: la Roma no destaca por su juego ofensivo ni por sus patrones de ataque.

La prórroga sin tiros a puerta mostró sobre todo el cansancio de los dos equipos. El Sevilla aguantaba más el balón, la Roma disponía de una última ocasión por medio de Smalling. En general, el partido fue poco espectacular, tenso, jugó mucho con los nervios. Las finales son a veces así, hay tanto en juego que puede bloquear las piernas, las ideas y la imaginación. El verdadero espectáculo más que sobre el césped se vio en las gradas. Ahí siempre gana el pueblo giallorossi. ¿Podrían los espectadores neutrales haber esperado más? Objetivamente sí, porque los últimos 45-50 minutos, incluyendo la prórroga, fueron realmente tacaños de belleza. Pero si el séptimo del campeonato italiano estuvo sobre el césped contra el undécimo de LaLiga, algo debe significar.

La afición de la Roma vivió este partido con una doble ansiedad: la de ganar la Copa y luego la de conocer el futuro de Mourinho. Con el temor de que el técnico pueda anunciar su despedida al final del partido, quizás justo después de la gesta. Quedan dudas, ya veremos. Pero Mou debería quedarse. Así como también habrá que entender el futuro de Pinto.

La Roma no ha brillado en los últimos tres años en la Serie A (séptimo, sexto y hoy sexto) pero en Europa ha conseguido una semifinal y una final de la Europa League, y ganado una Conferencia. Desde que llegaron los Friedkins, la marca ha crecido enormemente a nivel internacional. El proyecto sigue siendo de un alto nivel. Inversiones, fortalecimiento del club, compra de jugadores importantes, el proyecto del nuevo estadio lanzado y en el pasado perseguido en vano por Viola, Sensi y Pallotta. La Roma no se detiene en esta final.



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