Cuando Domenicali aparcó los camiones en el paddock y se fue a la Tosa con su amigo el cardenal. Una epopeya campal entre mitos planetarios, inventores bizarros, Gresini mecánico de ciclomotores, conciertos de Vasco, seguidores de Pantani y estudiantes que se hicieron pasar por Senna y Prost
Al final búsqueda y búsqueda, encontramos algo bueno que trajo esta maldita pandemia. Es un efecto secundario, que surgió de forma atrevida: hace dos años, sin los confinamientos y todos esos grandes premios dando vueltas por el mundo, la Fórmula 1 nunca hubiera vuelto a Imola. Los pilotos estaban contentos con él, por la posibilidad de correr y sobre todo porque podían hacerlo en el aura de leyenda del circuito de Santerno. Durante dos ediciones se desarrolló sin público, en una especie de improvisación. Ahora el evento se ha mantenido en el calendario, las puertas pueden reabrirse, las gradas están listas para llenarse y como por arte de magia hay un Ferrari que te hace soñar. Que emociona a sus fans en todo el mundo. Y promete emociones y orgullo en particular a la gente de Imola. Empezando por el más importante de todos, el que manda en la Fórmula 1: Stefano Domenicali, presidente y CEO de Formula One Group. Que con su propia historia resume la epopeya de Imola y la inmolación en torno al suceso.