Casos deportivos y diplomáticos, pero también influencias culturales y lazos sanguíneos. Es un viejo asunto entre los dos países, que ha llegado a los Juegos Olímpicos.
Cuando Argentina y Francia cruzan sus destinos siempre hay veneno, polémica, acusaciones y contraacusaciones, despecho y venganza, pequeñas enemistades y represalias. Nadie sabe quién lo empezó, nunca hay nadie que lo termine. Deportistas, futbolistas y rugbiers, escritores, presidentes de la República, hombres y mujeres de lucha y de gobierno terminan en el caldero de la vergüenza y los insultos, los resentimientos y el odio rastrero. Y cada vez que estalla un caso diplomático. De la serie: nunca se amen, para los que se odian como nosotros. Acabamos de recuperarnos del revuelo desatado por las frases racistas de Enzo Fernández, pero pocos recuerdan que hace tres años y medio -en enero de 2021- se produjo otra crisis sensacional, cuando esa cara burlona de Raymond Domenech -entonces entrenador del Nantes- respondió así a una demanda del mercado. “¿A quién querría en el mercado? Me hubiera gustado llevarme a Maradona, pero murió”. Y entonces el desgraciado se burló. Y no, en Argentina no lo tomaron bien. Sin embargo – y hay que reconocerlo – un par de meses antes, tras la muerte de Maradona, el presidente Macron, congraciandose con los argentinos, había comentado así: “Había un rey Pelé, ahora hay un dios Diego”.