“¡Georges, vamos!” “¡Georges, ayuda a los jóvenes!” “¡Vamos, Georges, estamos sudando como el infierno!” “A veces siento que ya se ha dado por vencido con eso aquí y solo razones: me detengo mañana, solo quería participar por un día”. “A veces pensé que estaba cargando ese bidón solo”.
Sí, uno que Georges consiguió en el primer episodio de Fuerzas especiales un balde de quejas sobre él. Este programa, en el que un grupo de conocidos flamencos sigue “el entrenamiento más duro del mundo”, como prescribe el texto de prensa, repleto de “implacables pruebas físicas y psicológicas, falta de sueño y hambre”, pronto adelantó con astucia la Tenía que tragarse el soñado chapucero televisivo capaz de excitar la ira de sus compañeros de pelotón: un fils à papa aparentemente engreído que se equivocó de forma casi caricaturesca durante las pruebas de instrucción militar. Se negaba a llevar a cabo las tareas correctamente e invariablemente se arrastraba bruscamente al final de la fila de colegas que trabajaban frenéticamente.
“Que no puedas hacer nada por el equipo, eso es una cosa, pero que trabajes contra el equipo, eso no se hace”, uno de los principales veteranos de las Fuerzas Especiales, Georges, barría la capa al final del episodio. El niño en cuestión parecía jugar con incredulidad, pero probablemente estaba encantado con la exposición que le dio su participación, a pesar de que salió de la pelea todo menos bien. Oh biensiempre es agradable ver a auténticos narcisistas ponerse la camiseta para entretener a los niños flamencos del tubo visor.
“Si después de esto todavía no soy ministro, no sé qué lo hará”, resoplaba Georges en el lenguaje de Voltaire cuando tuvo que descender de una torre de veinte metros en medio del desierto marroquí mediante el boca abajo, una técnica de caminar verticalmente a lo largo de la pared de un edificio a través de cinturones de seguridad. Un poco más tarde, casualmente dejó que otros participantes como Koen Wauters, Laura Tesoro, Francesco Planckaert y el judoka Dirk Van Tichelt arrastraran pesados bidones a través del desierto antes mencionado, hasta una montaña de la mesa, sin dar un golpe él mismo. “Eres un peso para el grupo”, le inculcaron sus superiores a altas horas de la noche durante un riguroso interrogatorio.
¿Quién habría estado en la silla del director para este asesinato de carácter telegénico del presidente de MR, Georges-Louis Bouchez? ¿Bart DeWever? ¿Frank Vandenbroucke? ¿Jean-Luc Crucke? ¿Estaban todos cómodos en la sala de control, con un plato de tagine en el regazo y té de menta en una mesa auxiliar, al lado de los superiores de las Fuerzas Especiales? ¿Y acaso pasaron por alto que en un país donde se celebran los calimeros ese planteamiento no es el más brillante? Rira bien qui rira le dernier¿Eh, Georges-Louis?
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