Los jóvenes italianos (no todos, pero sí muchos) viajan al extranjero. Estudiar y trabajar. Un efecto de los problemas estructurales de la cultura económica y social italiana, que se refleja en la falta de una oferta adecuada de oportunidades y también de salarios. En la historia demográfica de la Italia unida, la emigración ha sido una constante, la regla más que la excepción: en años lejanos las oleadas de personas que iban a buscar fortuna al extranjero eran masivas, la reciente oleada de migración de jóvenes parece ser de más pequeños que los anteriores. Pero en realidad las cifras reales son mucho mayores, en lo que respecta a flujos que incluso triplican los registrados oficialmente. Todo esto ocurre mientras el decreto “Adelantos”, presentado en el Senado, debilita fuertemente el régimen fiscal preferencial para los llamados “cerebros” que regresan del extranjero y sólo se aplicará a profesores e investigadores.
Las cifras de la diáspora juvenil
El estudio “Mentiras, malditas mentiras y estadísticas: una investigación para comprender las dimensiones reales de la diáspora de jóvenes italianos” de la Fundación NordEst y Talented Italians in the UK (autores de Ludovico Latmiral, Luca Paolazzi y Brunello Rosa), presentado ayer en la 64ª Conferencia Anual – Asociación Económica Italiana en L’Aquila – arroja luz sobre el fenómeno y demuestra cómo la reciente ola de migración es de tamaño comparable a las anteriores, con efectos muy importantes sobre el potencial de crecimiento de la economía italiana, y por tanto en la sostenibilidad de la deuda pública.
En la segunda década de la década de 2000, la emigración italiana se reanudó y gradualmente adquirió mayor consistencia. El flujo se caracteriza por la juventud de la población (20-34 años), lo que no es una novedad histórica, y por el mayor nivel educativo (el 30% se gradúa en la misma cohorte, frente al 28% del total de compañeros), aunque una cuarta parte de los que se van no han completado la escuela secundaria. Las cifras absolutas – señala el Informe que será objeto de una reunión mañana en el Festival de la Estadística de Treviso, organizado por Istat – parecen a primera vista muy inferiores a las de las tres grandes emigraciones pasadas.
En los once años 2011-2021, según datos del Istat, 451.585 jóvenes italianos de entre 18 y 34 años trasladaron su residencia al extranjero, mientras que 134.543 del extranjero la trasladaron a Italia. En total, 317.042 jóvenes abandonaron Italia (migración neta). Esta cifra se compara con los casi 600 mil del saldo migratorio total de italianos en el mismo período. Lo que supone un tercio de los 1,8 millones de 1951-61 y 1919-1930 y los 5,2 millones de 1904-14. Esto nos ha llevado a no asignar relevancia demográficamente significativa a la nueva fase del fenómeno. De hecho, la narrativa predominante, tanto entre los especialistas en el tema como dentro de la sociedad italiana y en el mundo político (este último concentrado en la cuestión de la inmigración ilegal), es que se trata de un movimiento fisiológico, vinculado a la integración europea.
Un fenómeno subestimado
Pero la cosa es diferente: muchos jóvenes siguen residentes en Italia y no se inscriben en Aire, por lo que el fenómeno sigue estando subestimado. El número real del flujo, sin embargo, en el período 2011-2021 se eleva a casi 1,3 millones, cifra similar a la de los años 50, lo que genera un “coste” en pérdida de capital humano estimado en 38 mil millones. El fenómeno tiene graves consecuencias sobre la dinámica demográfica y el Informe utiliza imágenes contundentes: «La salida de los jóvenes de Italia se produce cuando la glaciación demográfica ha comenzado. Glaciación, no invierno.”