Existe una forma sigilosa de culpabilización de las mujeres que retrasan el momento de tener hijos, limitándose muchas veces a uno solo, o renunciando a él por completo.


Antonella Baccaro (foto de Carlo Furgeri Gilbert).

«Lla fuerza de la mujer radica en su capacidad de generar”. Cuántas veces he escuchado esta frase repetida con éxtasis por los hombres y con orgullo por las mujeres.

Pero es hora de profundizar en este supuesto y sus consecuencias, porque algo me dice que el tiempo está peligrosamente maduro para una regresión del papel de la mujer al de yeguas orgullosas.

El mayor escollo parte del razonamiento, aunque sensato y aceptable, sobre la Colapso de nacimientos: un fenómeno real que también está comenzando a afectar a países, como China, donde históricamente los nacimientos han sido, en todo caso, controlados.

Entre las consideraciones principalmente de carácter económico sobre los peligros de una sociedad que ya no crece, se adelanta una forma sigilosa de culpar a las mujeres que retrasan el momento de tener hijosa menudo limitándose a uno solo, o renunciando por completo.

Negarse la maternidad pasa casi por un acto de egoísmodeterminada por un deseo de autodeterminación que podría encontrar mejor realización en traer hijos al mundo, cumpliendo así un rol útil, necesario y reconocido.

Luciana Littizzetto y la carta a Maurizio Gasparri sobre el aborto: “La ley 194 es de todas las mujeres”

Incluso los argumentos que han comenzado a surgir recientemente en torno al derecho al aborto, y la necesidad de empujar a las mujeres a una mayor reflexión sobre la decisión de practicarlo, quizás a través de una vía asistida (que, por otra parte, ya existe), suenan a forma de de recordatorio a una mayor responsabilidad personal pero también social.

Por no mencionar el eslogan de la última campaña electoral, en el que se pregonaba una opción privada, como la maternidad, junto a valores como el cristianismo y el patriotismocon un desplazamiento de la misma en un ámbito de interés donde prevalece lo público sobre lo privado.

Hay suficiente para mantener la guardia alta. Lo sabemos muy bien pero es mejor repetirlo: una mujer no es ante todo su capacidad de procrear, del mismo modo que un hombre no es ante todo su posibilidad de encender la vida en un útero. Un útero que no puede estar a disposición de los designios autárquicos de repoblación del mundo.

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