En su reciente autobiografía titulada "Oro"Federica Pellegrini contó cómo dejó a Luca Marin, por Filippo Magnini


Antonella Baccaro (foto de Carlo Furgeri Gilbert).

AQue levante la mano quien nunca se ha equivocado en el amor. Para calmar nuestros sentimientos de culpa siempre está el dicho «En la guerra y en el amor todo está permitido» que nos absuelve de las tonterías cometidas en las garras de los sentimientos.

Y luego está el tiempo, que desdibuja los recuerdos y hace menos vergonzosa la comparación con lo que éramos. Así es como debería ir. Olvidar, o recordar un poco, justo lo necesario para no repetir errores y recuperar la autoestima.

Pero luego están las autobiografías, que te obligan a recordarpara rebobinar el hilo, para hacerlo con la máxima precisión, entrando en detalles.

Esta debe ser la razón por la que incluso un campeón, como Federico Pellegrinien su reciente autobiografía Oro (La nave de Teseo), viajando en el pasado, ha soltado los frenos y ganado velocidad.

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Entonces sabemos todo (o al menos todo lo que ella eligió recordar) De mientras dejaba a su compañero de tanque, Luca Marin, por el otro colega: Filippo Magnini. Un triángulo que no había escapado a las crónicas chismosas de la época y que ahora toma los contornos de una historia que terminó mal y otra que nació peor.

Hay ella que deja a Luca, después de un período ya complejo en el que había comenzado a sentirse mal y perder peso, atormentado por las sospechas de una traición de Federica. Siempre está ella que, apenas dos días después del final de la historia, en un retiro del equipo en el hotel, el ex la atrapa cuando entra en la habitación de Magnini.

“Oro”, la autobiografía de Federica Pellegrini (La nave de Teseo).

La escena de Luca, las grandes palabras de amenaza, ella reclamando la libertad de acostarse con quien quiera. La historia se lee, nada que decir. Y de nuevo llamar la atención, más adelante, la escena de Magnini, abandonada por Federica que descubrió la traicióny que se precipita en su casa mostrándole el brazo en el que tiene grabado, despojándolo, la fecha del día en que lo dejó.

Cosas que ni siquiera Shakespeare. Cosas que se deben poner en esa caja de recuerdos para esconder idealmente debajo de la cama. Cosas que, aunque te sientas una pequeña WonderWoman, podrías callar serenamente, sabiendo que no aportan nada a tu indiscutible WonderWomanity mundial.

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