En su nuevo libro La fórmula de Sócrates (Mondadori), la profesora Cristina Dell’Acqua nos guía, con mirada clasicista, al redescubrimiento del gran filósofo ateniense. Lo que hoy todavía puede decir mucho, especialmente a los jóvenes. Redescubriendo el valor de la complejidad pero también el del error. Prueba de caritas


«Calleocrates es un tesoro. Y nosotros hoy, rodeados de personas que se presentan con certezas inmaculadas, tenemos una gran necesidad de él y de su mordaz ironía. Para despertarnos de nuestra apatía». Así, en las primeras páginas de su Fórmula de Sócrates. Conócete a ti mismo y conviértete en quien eres (Mondadori), Cristina Dell’Acqua, profesora de latín y griego en el Collegio San Carlo de Milán, nos toma de la mano y nos acompaña a redescubrir al gran filósofo griego. Un redescubrimiento necesarioen su opinión, y uno no puede estar en desacuerdo.

Cristina Dell’Acqua, escritora y profesora de latín y griego en el Collegio San Carlo de Milán. Acaba de publicar La fórmula de Sócrates. Conócete a ti mismo y sé quien eres (Mondadori).

“Sócrates puede cambiarnos la vida porque es un maestro, y nos dejó una gran enseñanza”, explica la autora, tras haber afirmado que lo suyo no es una afición de filósofa sino de erudita griega, de amante de la palabra. «Y recalco que el griego fue la primera forma de escritura capaz de describirnos a nosotros mismos, y no sólo el aspecto práctico de la vida. El griego da un salto, y Sócrates da otro, porque toma la filosofía y la inserta en nuestra vida. Toma las palabras grabadas en el templo de Apolo en Delfos, Conocete a ti mismoy los pone en el centro de su pensamiento: si no nos conocemos a nosotros mismos no conocemos el mundo que nos rodea».

Dell’Acqua recuerda que la madre de Sócrates era partera y que de ella su hijo aprendió el arte de empujar a un interlocutor para que saque a la luz lo que lleva dentro de sí mismo, aunque él no lo sepa. Era un maestro de la mayéutica y en griego maya es la comadrona. «Según él –pero recordemos siempre que sus palabras no nos llegaron directamente, porque no dejó nada por escrito– la vida sin investigación no vale la pena vivirla. Nunca debes estar satisfecho, pensar que has llegado, pero seguir buscando, sin tener miedo a cambiar o fallar».

Este es un punto crucial y muy actual, especialmente en una cultura, como la nuestra, a la que le cuesta aceptar el fracaso. «En cambio debes entender que sí hay que intentarlo, pero que en este camino también te puedes equivocar. Píndaro dijo: te conviertes en quien eres después de aprender. También nos definimos a nosotros mismos a través de las decisiones equivocadas que tomamos.

La portada del libro de Cristina Dell’Acqua.

«Otro pensamiento de Sócrates que vale la pena volver a poner en circulación es el sentido del límite, encontrar el justo equilibrio, el nada demasiado del templo de Delfos. Los fracasos son experiencias del límite, por lo tanto útiles si los reconoces como tales y no como derrotas.. Hoy tendemos a ignorar los límites, porque los vemos como signos de fragilidad. Pero, por el contrario, la misma falta de un perímetro en el que moverse lleva a los chicos a perderse. Si no sabes a dónde vas te sientes inadecuado, débil. Negar la fragilidad es negar lo humano que existe en nosotros y que nos hace interdependientes. Sócrates nos enseña que somos seres complejos, una carita sonriente no basta para definirnos».

Hay otro mensaje que el profesor Dell’Acqua dirige a los estudiantes: «Sócrates se enfrentó al poder del amor. Lo hizo a través de las palabras de una mujer, Diotima, quien le enseñó que el amor es lo que se necesita, como nos dijo Platón en su Simposio. En el relato de Diotima sobre el nacimiento de Eros, a través de las palabras de Sócrates, descubrimos que Eros es por naturaleza un amante de la belleza y que elEl amor es una fuerza generadora, mayéutica, porque nos lleva a conocernos a nosotros mismos..

Una última curiosidad: ¿por qué la imagen de un tábano en la portada? «Los atenienses llamaban tábano a Sócrates porque podía impacientarse, era tan molesto e insistente como el bicho. Era feo como las estatuillas de Silenus, que sin embargo guardaban una parte preciosa en su interior. Sócrates era un tesoro. Un tábano dorado».

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