“Apertenecen a una generación que nunca ha visto nada más que guerras, pero abrigan sueños para su futuro”. Dejan Panic, responsable de las actividades de Emergencia en afganistánperfila así el perfil de la Veinte estudiantes afganos ingresados en el Centro Quirúrgico para Víctimas de Guerra en Kabul tras el ataque kamikaze que tuvo lugar el 30 de septiembre en un centro de formación. Mayores de 30, las víctimas.
Colegialas afganas víctimas del ataque kamikaze
Mujeres jóvenes afganas -entre 18 y 25 años- estuvieron en el centro junto a cientos de otros estudiantes, para concretar su ambición: se estaban preparando para tomar el examen de admisión a la escuela de medicina.
“En realidad, todavía tengo que terminar la escuela secundaria, pero decidí tomar el curso un año antes porque tenía muchas ganas de prepararme para el examen de ingreso”, dice. Fátima, desde la cama del hospital de la ONG italiana.
El sueño de Fátima
Fátima tiene solo 18 años, ha perdido a su padre y, para perseguir su sueño, dejó a su madre en su ciudad natal. “Gracias a ella, que trabaja interminables horas en la finca, -señala- puedo permitirme vivir en Kabul, donde estudio y comparto habitación con otras chicas. Aunque no es nada fácil, mi madre siempre me ha apoyado en la elección de continuar mis estudios.“.
El sueño de Fátima es convertirse en cirujana para contribuir a salvar vidas, en un país golpeado por la violencia y la privación. “Quiero ayudar a mi gente, especialmente a los más pobres”, dice.
El miedo no detiene la ambición de convertirse en médico
Compartir el mismo sueño es Tahirasu compañera de cuarto en la sala de mujeres del centro quirúrgico, también con los signos de la explosión evidentes en el cuerpo y el alma. «Yo también -dice- para asistir al curso tuve que dejar mi país y mi familia. Vivo en un hostal, donde comparto habitación con otras 6 chicas.“.
Los sacrificios de Tahira y los demás estudiantes afganos
Sigue vivo, sin embargo, el vínculo con la familia, a la que, para continuar con sus estudios, echa una mano en la elaboración de pequeños objetos artesanales.
A pesar de las evidentes dificultades, Fátima y Tahira, como tantas otras niñas afganas a las que a menudo se les niega el derecho a la educación, están decididas a perseguir su objetivo de realización profesional.
De momento tratan de mitigar el sufrimiento con la esperanza de sus sueños, pero, como señala Panic, la muerte de la que escaparon está representada en sus ojos.
El sonido de la explosión impreso en la mente.
“Una mañana – dice Dimitra Giannakopoulou, coordinadora médica del Centro Quirúrgico de Emergencia –Tahira me confió que no había podido dormir porque los sonidos de la explosión seguían resonando en su cabeza, los gritos de los que huían.. Le expliqué que es normal, necesitará tiempo para metabolizar, aunque nunca olvidará un evento de esta magnitud».
La situación de grave inseguridad en Afganistán
Lamentablemente, como reiteran los dos operadores de Emergencias, este no es un ataque aislado: “Solo en los últimos dos meses, en nuestro Centro, hemos logrado 12 bajas masivaso procedimientos de extraordinaria urgencia tras explosiones y atentados. Y, a diario, seguimos recibiendo heridos por disparos, de metralla en metralla, por explosiones de minas y artefactos improvisados. En el país se mantiene una situación de fuerte inseguridad e inestabilidad, pero seguimos asegurando un tratamiento oportuno».
La esperanza que surge del dolor
Fátima y Tahira, llegas al hospital con libros y cuadernos todavía bajo el brazose han sometido a varias cirugías y tienen una larga estancia en el hospital por delante, pero han vuelto a sonreír.
“Cada día, estas chicas nos dan prueba de cómo la esperanza puede surgir del horror y el dolor», comentan Panic y Giannakopoulou, mientras también curan las heridas del alma de los dos estudiantes que, junto a muchos otros jóvenes hospitalizados, no esperan nada más que volver a la escuela.
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