¿Estamos seguros de que imponer un tope salarial a los directivos públicos es algo bueno? El origen también es comprensible porque forma parte de la necesidad de evitar desembolsos de dinero público en tiempos de escasez y peticiones de sacrificios por parte de quienes más tienen.
Pero tal como está diseñada, la regla incluida en el proyecto de ley de presupuesto para 2025 corre el riesgo de tener un efecto completamente diferente al previsto de redistribución de los recursos del país. Por supuesto, un decreto de aplicación lo explicará todo, pero por ahora reina la confusión.
Se sabe que la nueva ley fija efectivamente un límite máximo de 120.000 euros al año (la mitad de los ingresos del primer presidente del Tribunal Supremo), suma que sin embargo no es en absoluto comparable con los emolumentos percibidos por los directivos privados.
Basta recordar, por ejemplo, que Carlos Tavares, que gestiona la crisis del automóvil como director general de Stellantis, gana 23,47 millones brutos al año.
Como se suele decir, esta cuestión corresponde al mercado normal; de lo contrario, la esfera pública corre el riesgo de tener una gestión de segunda, tercera o cuarta opción. También es cierto que quizás el propio mercado podría aprovechar la oportunidad para reequilibrar ciertos excesos incluso dentro del mundo privado. Que ciertamente no faltan.