El acercamiento entre Joe Biden y Xi Jinping es un punto brillante en un mundo lleno de incertidumbre


Dondequiera que mires en el mundo, actualmente no hay escasez de puntos de fricción políticos y geopolíticos. Y sin bagatelas. Tras el alivio de la pandemia del coronavirus que muchos países parecen haber superado en gran medida, las consecuencias directas del cambio climático vuelven a sentirse en todos los continentes. Hay temores de declive económico, una crisis energética y un suministro de alimentos vacilante. Este panorama sombrío se ve reforzado, y en parte causado, por una guerra sangrienta en el corazón de Europa y la amenaza de un conflicto armado en el Lejano Oriente, donde los temas de ‘Corea del Norte’ y ‘Taiwán’ son noticia casi a diario.

En este sombrío telón de fondo de crecientes tensiones, no sorprende que en los últimos días el mundo haya estado esperando ansiosamente una reunión entre dos de los líderes más importantes del mundo, el presidente estadounidense Joe Biden y el presidente chino Xi Jinping. Por primera vez, ambos hablaron en esa calidad el lunes en Bali, antes del G20 en la isla de Indonesia.

El hecho de que Xi y Biden se trataran con amabilidad en Bali esta semana, se dieran la mano y hablaran extensamente sobre muchos de esos temas espinosos puede verse como una victoria. Porque las relaciones entre las dos potencias han estado heladas en los últimos años y han sufrido mellas visibles. El estatus de Taiwán es, con mucho, la principal manzana de la discordia, pero las preocupaciones mutuas son mucho más amplias: desde las violaciones de los derechos humanos por parte de China hasta la política económica de Estados Unidos hacia China y viceversa, y la lucha contra el cambio climático. Este año se sumó la invasión rusa de Ucrania, en la que China no está haciendo los esfuerzos suficientes para cambiar la opinión del presidente Putin ante los ojos de los aliados de Ucrania.

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Dada la gran lucha de poder entre China y EE. UU., la ambición en este momento no puede ser mucho más que una estabilización de la tensa relación, con la esperanza de generar confianza mutua. Al menos en Bali, Xi y Biden parecen haber logrado sentar una base tentativa para una mayor diplomacia, reconociendo que las potencias mundiales deben asumir su responsabilidad en lo que respecta a la seguridad internacional.

En cualquier caso, Washington y Pekín parecen estar de acuerdo en que sacar a relucir el tema de Taiwán dificultará futuras conversaciones. Mientras Biden denunció las “acciones agresivas” de China hacia la isla, Biden prometió que EE. UU. no cambiará su política tradicional de no reconocer formalmente a Taiwán.

Tanto Xi como Biden parecen conscientes de que los desafíos que enfrenta la comunidad global son demasiado grandes en este momento para aumentar el fuego. Biden no ve razón para una “nueva Guerra Fría”; Xi espera que él y Biden puedan dirigir su relación bilateral “en la dirección correcta”. Pero cada uno a su manera, y con todas las reservas. Por ejemplo, los estadounidenses subrayaron que Xi también cree que Putin no debería amenazar a Ucrania con armas nucleares; los propios chinos enfatizaron la posición de Xi de que “debe evitarse un enfrentamiento entre superpotencias” en torno a Ucrania.

Eran todas palabras de precaución, pesadas en una balanza de oro. En un sentido diplomático, significa un pequeño paso adelante. Si una reunión cumbre entre dos líderes mundiales en este momento incierto puede llamarse ‘cautelosamente esperanzada’, entonces ese es un punto brillante.



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