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(sustantivo) una fecha que se ha vuelto tan significativa debido a la matanza y la destrucción asociadas con ella que no necesita explicación
Horas después del ataque al amanecer de Hamás en el sur de Israel, los expertos describían el ataque como un momento decisivo para el Estado judío. Y eso fue mucho antes de que quedara claro cuán devastador fue el asalto del 7 de octubre a los kibutzim, un festival de música y puestos militares israelíes.
Alrededor de 1.200 personas murieron, lo que lo convierte en el ataque más mortífero en suelo israelí desde la fundación del Estado judío en 1948, y su fracaso de inteligencia más grave en al menos 50 años. Unos 240 civiles y soldados fueron tomados como rehenes.
El asalto fue visto como una amenaza existencial a la promesa de una patria judía segura, protegida por un ejército alardeado, sobre el cual se construyó el estado.
La respuesta de Israel fue temible. El gobierno ha prometido borrar a Hamás “de la faz de la tierra” y ha lanzado una implacable ofensiva aérea y terrestre en Gaza.
Según funcionarios palestinos, más de 21.500 palestinos han muerto, en su mayoría mujeres y niños. Alrededor de 1,8 millones de los 2,3 millones de habitantes de Gaza se han visto obligados a huir de sus hogares y están soportando una catástrofe humanitaria. Vastas zonas de la franja sitiada han quedado reducidas a terrenos baldíos sembrados de escombros.
Oriente Medio está en vilo en medio del temor de una guerra regional en toda regla. Los líderes árabes se preocupan por la radicalización entre sus propias poblaciones. El antisemitismo y la islamofobia han ido en aumento en todo Occidente a medida que el conflicto se ha convertido en una fuerza polarizadora en las comunidades, el mundo académico y los lugares de trabajo.
Sin embargo, no se vislumbra un final. Israel promete continuar su ofensiva, a pesar de la creciente presión internacional para un alto el fuego. Y Hamás sigue luchando y tiene más de 100 rehenes.