Hay muchas cosas que me gustan de El Conde, que retrata al dictador Pinochet como un vampiro


Jaime Vadell en ‘El Conde’ de Pablo Larraín.

Augusto Pinochet el vampiro. Una vez que lo ves así, en la comedia satírica de terror El Conde, nunca podrás dejar de verlo de nuevo. Resulta que el dictador chileno ya tenía naturalmente la apariencia necesaria: comisuras de la boca caídas, una larga capa de Drácula sobre ese uniforme militar, además de esas eternas gafas de sol, ideales contra la luz del sol que evitan los vampiros. Al cineasta Pablo Larraín y su coguionista Guillermo Calderón, que fueron honrados con el premio al mejor guión en Venecia a principios de este mes, sólo les quedó sumar dos caninos más pronunciados.

El Conde (disponible en Netflix) sitúa el nacimiento del líder del asesino régimen chileno varios siglos antes que los historiadores. Un agosto, Pinnoche, criado en un orfanato francés, descubre su (aparentemente) innata sed de sangre y su inmortalidad. Después de algunas andanzas, continúa su carrera militar iniciada bajo Luis “Agrio, con aroma a perro: un ramo plebeyo”, como explica la narradora de habla inglesa, femenina y bastante afectada. El Condeque proporciona al espectador algunas pistas sobre su identidad, que se revelarán más adelante en la película.

Sobre el Autor

Bor Beekman ha sido editor de cine de Volkskrant desde 2008. Escribe reseñas, entrevistas e historias más extensas sobre el mundo del cine.

Larraín, de 47 años, se dio a conocer con su trilogía sobre la vida durante la dictadura militar chilena (Tony Manero, Post mortem, No), y luego revolucionó el género biográfico de Hollywood con Jackie (2016) y spencer (2021), son interpretaciones deliberadamente menos históricas pero intrigantes de la princesa Diana y Jackie Kennedy.

De El Conde, filmada en un blanco y negro cristalino y majestuoso, el chileno vuelve a centrarse en el mal de su propio país. Una sátira gótica, en la que el vampiro anciano y deprimido pasa su vejez en una finca ruinosa y azotada por el viento en la Patagonia, años después de haber fingido su propia muerte para el pueblo chileno. Pinochet vive de batidos hechos con corazones congelados, proporcionados por su mayordomo Fyodor. Los hijos mimados del dictador vienen de visita y, insatisfechos con la herencia retrasada, han designado a un contable y a una monja exorcista para examinar los millones ocultos de papá. Para Larraín, el mensaje es bastante directo: Chile nunca trató realmente con el déspota Pinochet, y el fascismo también puede resultar prácticamente inerradicable, al igual que los vampiros.

Hay muchas cosas que me gustan El Conde: desde la mezcla de humor y seriedad, en la que Larraín siempre conserva suficiente sombría, hasta las llamativas escenas bellamente filmadas con vampiro(s) flotante(s). Aunque también se cuela algo cansado en la metáfora vampírica, que al final ofrece pocas sorpresas.

El Conde

Terror/comedia

★★★☆☆

Dirigida por Pablo Larraín.

Con Jaime Vadell, Gloria Münchmeyer, Alfredo Castro, Paula Luchsinger.

110 minutos, Netflix



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