Tras el choque durante el partido de Génova, el delantero y centrocampista del Inter van más allá. Y el club no quiere que vuelva a pasar
Hoy el Inter decidirá cómo reaccionar ante el caso de la semana, o mejor dicho, ante las tensas historias genoveses entre Romelu Lukaku y Nicolò Barella. Evaluará y luego emitirá un fallo porque toda la dirección estará en Appiano y podrá, como siempre sucede en estos casos, reunirse en vivo con el personal. No necesitamos evaluar el caso en sí, considerado por todos como grave, desagradable, pero no extremadamente grave, sino encontrar la forma adecuada de transformar la energía negativa en un espíritu positivo. O más bien, asegurarse de que episodios similares, frente a millones de espectadores, nunca vuelvan a suceder. Entonces, ¿es más correcto criticar oficialmente a sus amigos en duelo, después de reproches privados, o pasar página de inmediato y concentrarse exclusivamente en Udinese y el Oporto que se avecina? En definitiva, hoy el Inter decidirá si multa a Romelu y Nicolò por sus chispazos durante la primera parte ante la Sampdoria. Ese momento de nerviosismo injustificado pesó indirectamente en el partido: lastró el clima del desafío, y menos si ya en el intermedio el belga y el azul se habían sentado codo con codo para olvidar las escaramuzas (con insultos). Durante y después del partido, el ambiente en el vestuario ya se había calmado, aunque a Inzaghi no le gustó mucho el poco edificante espectáculo. Se lo dijo a sus jugadores en la barriga de Marassi, antes de repetirlo ante cámaras y libretas.
Más allá de las chispas
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Ayer en las redes sociales continuaba el análisis maníaco de cada sílaba de Lukaku: cansado de los gestos histéricos de su compañero, el delantero centro estalló y sus palabras fueron captadas íntegramente. “Así no es como lo haces, no te atrevas…”, le gritó Rom. Y luego el “suficiente” repetido tres veces más el “vaffa” con un insulto pegado a su madre para cerrar la cortina. Fue mucho más allá de lo permitido y ambos lo lamentan, pero no hay la menor repercusión en el grupo: al final, todos miraron el episodio como un “hecho del campo”. Ayer los dos realizaron una sesión de descarga normal, sin detenerse en lo sucedido. Desde el viaje en autobús desde Génova hasta el almuerzo en Appiano, no hicieron nada diferente a lo habitual: fueron tan cercanos como dos auténticos compañeros. Aunque no pasan el rato fuera del campo, son muy buenos amigos y no desde ayer: no es casualidad que el teléfono de Barella fuera uno de los primeros en sonar cuando Romelu pudo decirle a los hinchas del Inter “sí, soy volver a Milán”. Y el pasado verano, antes de hacer turnos en un resort sardo, el belga le dejó a su amigo de Cagliari, un amante del vino con ambición de sumiller, una botella de Sassicaia Doc para brindar por su regreso. En definitiva, no hay riesgo de que la relación entre ambos cambie de naturaleza, aunque exista un problema de fondo. Lukaku se desbordó en palabras, pero respondió a la actitud habitual de su amigo. De hecho, la mayor limitación de Barella radica precisamente en esos brazos que se mueven demasiado como para subrayar su decepción con los demás. Esa actitud casi inconsciente de principios de año también le costó un banquillo ruidoso ante el Bayern, y los precedentes pesarán en la decisión final sobre la multa. Viendo la escena en la tele, ayer un Barella muy disgustado casi no se reconoce: es el primero en saber que el mayor freno a su talento está ahí. Es consciente de que su estar con los nervios expuestos necesita ser arreglado tarde o temprano. Al margen de los enfados (e insultos…) del amigo gitano o de la posible clemencia empresarial.
15 de febrero – 08:55
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