Francis Poulenc en la obra trae a escena la fuerza y ​​la debilidad del alma, dejando al espectador la posibilidad de identificarse con una u otra


Antonella Baccaro (foto de Carlo Furgeri Gilbert).

PAGSLlevar los matices del alma humana a la ópera es un ejercicio complicado. Las grandes obras del siglo XIX hablan de personajes cuyas vicisitudes personales se entrelazan con hechos históricos, a los que muchas veces acaban sacrificando su existencia en un gesto heroico.

Con la llegada del siglo XX y el psicoanálisis, esta forma de arte también cambió, volviéndose más introspectiva..

Y es a partir de esta propensión a sondear los recovecos del alma humana que una obra como diálogos carmelitas por Francis Poulencque este año inauguró la temporada de Ópera de Roma con la magnífica dirección de Emma Dante.

Una elección valiente para escenificar la (verdadera) historia del martirio de un grupo de monjas francesas, enviado a la muerte por el frenesí ideológico jacobino. Pero también muy actual si piensas en el sacrificio que las mujeres en muchas partes del mundo están ofreciendo para redimir la libertad.

Sin embargo, lo que llama la atención de la obra de Poulenc no es tanto el camino de estas mujeres, incluida la joven protagonista Blanche, hacia la santidad, sino sobre todo su tormento, las dudas, los miedos que dejan escapar, declaran y hasta llegan a gritar. «¿Qué me estás reprochando? ¿Qué estoy haciendo mal? Yo no he ofendido al buen Dios, el miedo no ofende al buen Dios», afirma Blanche, cuando intenta por un momento escapar del martirio.

Pero aún más dramático es el delirio de la Madre Priora quien, en la hora de su muerte, vacila y, a su hermana que le aconseja preocuparse por Dios, responde: «¿Qué soy yo en esta hora, miserable de mí, para preocuparme por Él? ¡Que Él más bien se preocupe por mí!». Al final, solo Mère Marie escapará de la guillotina, la misma monja que lo había ascendido a las otras hermanas.

Así, al mismo tiempo, Poulenc trae a escena la fuerza y ​​la debilidad del alma, dejando al espectador la posibilidad de identificarse con una u otra. Pero habiendo dejado en claro que todas las opciones tienen un precio. Que si para los mártires es la vida, para los demás es el peso de la conciencia: «Porque el mal – diría Mère Marie – no es ser despreciado sino despreciarse a uno mismo».

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