Un funcionario insignificante en las alas del poder, primero en San Petersburgo, luego en el Kremlin: así es como la élite política en el turbulento Moscú de la década de 1990 ve al caído oficial de la KGB, Vladimir Putin. Lo que no ven es que asciende silenciosamente al hombre a quien el presidente Boris Yeltsin quiere dejar su legado: el poder absoluto en lo que quedó de la otrora poderosa Unión Soviética. “El nuevo siglo debe abrirse con una nueva era, la era de Putin”.
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