Decir adiós 26 veces, ¿no estás acostumbrado a hacerlo una vez?

Niña de la Parra10 de agosto de 202210:26

Bebo una cola Borgoe con mi padre en Zanderij. En realidad se llama Aeropuerto Internacional JA Pengel Surinam hoy en día, pero para mí – terco chiquillo que apareció por primera vez aquí en la década de 1990 como Menor no acompañado se bajó del avión – sigue siendo Zanderij.

Desde las llanuras arenosas de un terreno abierto en el bosque pronto volaré de regreso a los Países Bajos, un país donde todo va rápido. Pero primero el habitual ritual de despedida de satay, papas fritas y una cola Borgoe en una de las mesas con un banco, acompañado por un perro callejero hambriento y hombres que hablan en voz alta en camisetas blancas en la mesa de al lado.

Este ritual ha estado ocurriendo durante 26 años. Luego mi padre regresó a su país natal y vine a vivir con él por un tiempo. Desde entonces he venido a Surinam todos los años. Y así tuve que despedirme todos los años.

«Hay un tiempo para venir y un tiempo para ir», dice, por vigésimo sexta vez. Bebo profundamente del Borgoe y me pregunto por qué el sentimiento no se acostumbra. Decir adiós 26 veces, ¿no estás acostumbrado a hacerlo una vez? ¿Alguna vez me sentaré aquí en este banco y no sentiré que una parte de mí mismo está siendo arrancada de mi cuerpo? Cada vez que dejo un pedazo de mí en Surinam.

Y esta vez no se trata solo de un padre, una familia, amigos, compañeros de teatro y un marido. Es la parte de mí que es apenas perceptible cuando estoy de vuelta en los Países Bajos. Como si me cubriera con una capucha aislante del noroeste de Europa tan pronto como subo al avión y luego aterrizo en los pasillos con aire acondicionado de Schiphol, de vuelta en Bakrakondre, el país donde todo ‘funciona’, en Schiphol hasta los inodoros funcionan automáticamente. Y ahí siempre me mira una mujer desde el espejo, una mujer muy holandesa. Es como una transformación de mi lado holandés, que ya se puede sentir del movimiento de un país a otro, y ese movimiento comienza aquí, en este banco, con un poco de buen ron surinamés.

Así que bebo ese último sorbo de Borgoe, porque ¿qué más puedo hacer? Me quema en la garganta.

Mi padre me lleva a la entrada. Nos abrazamos. Muerdo mis lágrimas. Estoy en línea detrás de una valla, cubierta con lona negra. Primero veo el paraguas chino rojo de mi padre asomándose entre la pared y la cerca, luego su cabecita traviesa con la gorra azul oscuro. Nos mandamos unos besos al aire. Entonces se ha ido.

Nina de la Parra vive y trabaja en Surinam este verano.



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