Al Che Guevara no le gustó la exaltación de su persona ★★★★☆


Imagen Leonie Bos

Fue ejecutado en Bolivia hace casi 55 años bajo la atenta mirada de la CIA, y su imagen aún adorna murales, carteles y camisetas en todo el mundo. En bastantes tiendas se encuentra entre James Dean y Jim Morrison, también hombres de la categoría ‘sexy y muerta’. Si James Dean hubiera apreciado tal culto a la personalidad, no lo sabemos. El revolucionario originalmente argentino Ernesto ‘Che’ Guevara (1928-1967) hubiera puesto fin a esto, si hubiera podido, deje sus cartas recopiladas sobre esto, publicadas con el título apropiado. Con resplandecientes saludos revolucionarios, pequeña duda.

La glorificación de su persona comenzó durante su vida, en los años 1961-1965. Cuando Guevara era Ministro de Industria de la República de Cuba, la isla que él y los hermanos Castro habían liberado de un régimen vasallo estadounidense corrupto y codicioso en una lucha de guerrillas. Mientras el Che encontraba grandes dificultades para poner en práctica sus ideales revolucionarios, el régimen revolucionario comenzó a crear su propio mito.

Ernesto Che Guevara en su oficina en Cuba en 1963. Imagen Getty

Ernesto Che Guevara en su oficina en Cuba en 1963.Imagen Getty

‘No me gustó la foto adjunta de hace poco’, escribió el Che al jefe de redacción del diario a finales de 1962 Revolución† «Con él se ha llevado un personaje de Santa Clara que se ha entregado a todo tipo de adjetivos heroicos de forma un tanto ridícula». Y así hay más cartas en las que protesta por las cualidades sobrehumanas que se le atribuyen: ‘Elogios para mí, que no suscribo’, ‘Gracias por la forma en que me retratas: demasiado hermosa en mi opinión’, ‘Eliminar todo lo que sabes no es la verdad.

Hablando de verdad, el régimen de Castro luego clasificó los años ministeriales del Che como los más hermosos de la revolución—en las propias cartas del Che no lo son. La carta más larga Con resplandeciente saludo revolucionario de marzo de 1965, y está dirigida a el líder máximo El propio Fidel Castro. Che explica en detalle lo que cree que anda mal en la Cuba revolucionaria. La estrechez de miras, las ambiciones personales, los caballos de lujo entre los camaradas que se pagan salarios cada vez más altos mientras la población se ve privada de los recursos básicos. ¿Cómo pensó el Che que en 1997, en un momento en que los cubanos comunes morían debido a la pérdida del apoyo soviético, Fidel gastó millones en un precioso mausoleo del Che con una estatua del Che de cinco metros de altura?

Es difícil no sentir simpatía por el autor de la carta de Con resplandeciente saludo revolucionario† Sabe escribir bien, no es vanidoso, no es complaciente, muchas veces es autocrítico, hasta posee autoburla, pensad eso con los revolucionarios. Ciertamente, los cubanos que tuvieron la desgracia de ser catalogados como «enemigos del pueblo» de poco sirvieron si el revolucionario que les puso una pistola en las sienes no era farisaico. (Carta de 1958: ‘De 8 guardias matamos a 3 y capturamos a 4 (…) debemos tener más balas .44’) El Che era culto y capaz de análisis crítico, pero lamentablemente nunca miró más allá de los dogmas marxista-leninistas. No se permitió la idea de que las prácticas de expropiación del régimen revolucionario fueran tan desagradables para los cubanos comunes como las prácticas explotadoras de la American United Fruit Company, aunque los cubanos comunes escribieron al respecto a su ministro de industria.

El Che Guevara es uno de los personajes más idealizados del siglo XX. Jean Paul Sartre cruzó el diario Revolución a la corona llamando al Che «el hombre más completo de nuestro tiempo». El Che es también uno de los personajes más satanizados. Durante décadas, en las oficinas del gobierno norteamericano, «un Che Guevara» fue sinónimo de «un peligroso exaltado», un bin Laden avant la lettre. El gran mérito de Con resplandeciente saludo revolucionario es que el propio Che les deja claro a los lectores que era una persona común y corriente.

Estas cartas proporcionan un material fascinante para los científicos que estudian los procesos de radicalización. En la primera mitad de la década de 1950, el estudiante de medicina argentino Ernesto Guevara recorre América Latina escribiendo fielmente a mamá y papá en Buenos Aires. Ya odia el entorno burgués en el que creció: «Los chicos libres como nosotros preferirían morir antes que pagar por la comodidad burguesa de una pensión». Está lejos de ser un revolucionario, odia la ideología, ve su futuro en la ciencia médica, preferiblemente en una universidad europea.

Retrato de Ernesto Guevara de alrededor de 1950, cuando aún era médico.  Imagen Getty

Retrato de Ernesto Guevara de alrededor de 1950, cuando aún era médico.Imagen Getty

En 1954 presenció el sangriento golpe de Estado en Guatemala de la multinacional estadounidense United Fruit contra un gobierno de izquierda moderada elegido democráticamente. «No te puedo decir en qué momento dejé de razonar y adquirí una especie de fe», le escribiría más tarde a su madre, fe que implica la lucha armada contra el capitalismo mundial. Su madre está conmocionada por la nueva encarnación militante-revolucionaria de su hijo y aboga por los méritos de la moderación. Al Che le indignan los ‘consejos de moderación, egoísmo, etc., es decir, las cualidades más repugnantes que puede tener una persona’. Al mismo tiempo, este hijo ve su misión revolucionaria con irónica distancia: ‘Además de los valientes pechos que has tenido, has pateado en el mundo un profeta itinerante que está proclamando con voz atronadora la llegada del día del juicio final’.

En carta fechada el 6 de julio de 1956 desde México, escribe por primera vez sobre ‘un joven líder cubano que quiere liberar a su patria a través de la lucha armada’, en quien reconocemos a Fidel Castro. En los tres años siguientes, en la selva cubana, el Che se convierte en uno de los protagonistas de esa lucha armada. Ya no escribe a sus padres, sólo da instrucciones a los compañeros: ‘Recuerden: los temas apremiantes son las balas y el dinero, seguido por el nylon, las chaquetas y los zapatos’. También una frase típica de las cartas de esos años: ‘Creo que en la situación actual estaría bien robar un banco’.

Fidel Castro, Osvaldo Dorticós Torrado (presidente cubano entre 1959 y 1976) y Che Guevara (centro) en un desfile en La Habana en 1960. Image Getty

Fidel Castro, Osvaldo Dorticós Torrado (presidente cubano entre 1959 y 1976) y Che Guevara (centro) en un desfile en La Habana en 1960.Imagen Getty

A principios de 1959, los revolucionarios obtuvieron la victoria. Para el Comandante Che, esa victoria no es una bendición. Al guerrillero que se sentía como pez en el agua ahora se le otorga un alto cargo político que frecuentemente lo condena a un cargo. Se muerde los dientes con los camaradas egoístas. Pasa días respondiendo efusivos correos de admiradores. Con cada carta de principios de la década de 1960 queda más claro que no pasará el resto de su vida como un burócrata cubano.

A finales de 1965 intenta provocar una revolución en el Congo. En 1966 está en Bolivia. A menudo anticipaba una muerte prematura por balas. En 1955 le escribe a su madre: ‘No puedo creer que prefieras tener un hijo que está vivo pero es un hombre malo que un hijo que está muerto pero que ha actuado en todas partes de acuerdo con lo que vio como su deber’. A menudo cita al poeta turco Hikmet: «Solo me llevo a la tumba el dolor de una canción inacabada». En 1966 sus hijos cubanos Aliusha, Camilo, Celita y Tatico recibieron la última carta de su padre desde Bolivia: ‘Tácito, primero serás grande y luego ya veremos. Si todavía existe el imperialismo, lucharemos contra él; cuando se acabe, tú, Camilo y yo podemos ir juntos de vacaciones a la luna.’

Ernesto Che Guevara: Con encendidos saludos revolucionarios – Cartas 1947-1967. Traducido del español por Henriëtte Aronds y Brigitte Coopmans. Ateneo-Polak y Van Gennep; 374 páginas; 25 €.

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Estatua Athenaeum-Polak y Van Gennep



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