La matanza obligatoria es un duro golpe para la empresa de Guy. La compensación es limitada y el rebaño debe reconstruirse desde cero. Aún así, eso no es lo peor.
“La peor parte es la pérdida emocional. Tenemos un vínculo muy estrecho con nuestras vacas. Todas las vacas todavía tienen un nombre. Eso es como una mascota, nos encanta ver esas vacas”, dice el granjero.
Muchos agricultores consideran que la medida es exagerada, porque la IBR no supone ningún riesgo para las personas. La leche y la carne de las vacas sacrificadas pronto acabarán en la cadena alimentaria.