Relinchos

Todos los domingos recojo a mamá. Ella no dice una palabra, se deja poner un abrigo de buena gana y lo sigue. Salimos del dominio por una abertura en el seto, tomando siempre el mismo camino.

Ella rechaza una mano, un brazo, camina sola. Ella principalmente arrastra los pies. El polvo baila alrededor de sus pies. No tiene ojo para las culebras ni para las amapolas, ni para el escarabajo que se nos cruza, sólo para las puntas de sus zapatos.

Se detiene en el prado cercado y espera. Nunca dura mucho. Levanta ambos brazos, alcanza algo o alguien y luego comienza a acariciar el aire.

El prado está vacío como siempre. Pero juraría que escucho resoplidos, soplos y hasta suaves relinchos.

Los lectores son los autores de esta columna. Un Ije es una experiencia personal o anécdota en un máximo de 120 palabras. Enviar a través de [email protected]



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