“¿Cosas bonitas?” pregunta el nuevo empleado del mostrador. Coloca la bola de salami trufado que acabo de pedir en la rebanadora. “Con mucho gusto”, digo. “Preferiblemente sin las yemas de los dedos”. Un chiste del que siempre se reía el anterior dependiente. Este no. Corta las rebanadas como un poseso y las mete en un frasco sobre el mostrador. “¿Algo más?” —espeta. Tres salchichas secas, pregunto desconcertada. Toma un cuchillo y toca las salchichas que cuelgan detrás de él. Sólo entonces lo veré. Su mano izquierda tiene sólo cuatro dedos. Un muñón actúa como dedo medio.
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