¿Estamos entrando en otra era de violencia política?


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Estados Unidos no es ajeno a la violencia política, que ha hecho gala de una regularidad casi aterradora en momentos de extrema polarización a lo largo de la historia del país.

Pero, en la mayoría de los casos, los asesinatos o los intentos de asesinato provocan tal conmoción en todo el espectro político que todos los bandos se alejan del precipicio y prevalece la calma. ¿Será así en 2024?

El clima en ambos partidos políticos no es propicio para mantener la calma. Tanto los demócratas como los republicanos han utilizado el miedo para motivar a sus bases a lo largo de la campaña de 2024, y ambos han advertido de que una victoria en noviembre de su candidato presidencial rival significará el fin de Estados Unidos tal como lo conocemos. No es un ambiente propicio para volver a la normalidad electoral.

Pero hay un precedente, en la vida de muchas personas que aún participan en la política estadounidense, en el que una sorprendente ola de derramamiento de sangre política en un momento igualmente polarizado fue cauterizada, y no por un liderazgo fuerte de los funcionarios del gobierno estadounidense, sino más bien por la reafirmación de las fuerzas de la moderación en la sociedad estadounidense, que recuperaron la conversación nacional de los extremos.

Sigue siendo chocante enumerar la serie de tiroteos y asesinatos que ocurrieron en la escena política estadounidense durante los cuatro años que comenzaron en 1968. No solo Martin Luther King fue asesinado en el Motel Lorraine en Memphis y Robert Kennedy fue asesinado después de las primarias demócratas de California, sino que cuatro manifestantes estudiantiles fueron asesinados a tiros por la Guardia Nacional de Ohio solo dos años después y el gobernador segregacionista de Alabama, George Wallace, fue herido por un hombre armado durante la campaña electoral demócrata de 1972.

En retrospectiva, es asombroso que el país no se desgarrara. Los radicales de izquierdas organizaron grandes y furiosas protestas contra la guerra de Vietnam, y grupos pacifistas extremos como los Weathermen llevaron a cabo atentados con bombas destinados a provocar una revolución. Para la derecha, el asesinato de King fue sólo el más significativo de una orgía de violencia que duró una década contra los afroamericanos y los defensores de los derechos civiles.

Pero en 1976, la política nacional se había vuelto aburrida. Un ex héroe del fútbol americano, Gerald Ford, decente aunque poco inspirador, se presentó a la reelección contra Jimmy Carter, un cristiano renacido que dirigía una granja de cacahuetes. Un pistolero trastornado intentó disparar a Ronald Reagan en 1981, pero no por motivos políticos.

La lección es que la democracia estadounidense ha demostrado ser resiliente. En la época hiperbólica en que vivimos, es fácil olvidar que Estados Unidos sufrió una sangrienta guerra civil en su propio territorio, seguida de un impactante asesinato presidencial, pero en una generación había emergido a una edad dorada, convirtiéndose en la potencia económica más importante del escenario mundial.

Si el pasado es un prólogo, el aparente intento de asesinato del sábado contra Donald Trump producirá un shock para el sistema político estadounidense, permitiendo que las voces de la razón se reafirmen.

Pero mucho de lo que ha ocurrido en Estados Unidos desde que Trump apareció en la escena política ha sido tan inédito que ni siquiera las lecciones de la historia estadounidense pueden ser una guía fiable. Esperemos que las voces de la moderación estadounidense, que se han visto intimidadas por los extremos de ambos lados del espectro político, aprovechen este momento para volver a la palestra. El futuro del país puede depender de ello.

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