Bienestar inconcluso, alarma del Censis: riesgo de colapso social

Un sistema de bienestar inacabado, que da miedo. En términos de salud, asistencia y seguridad social, las familias italianas son cada vez más vulnerables, inseguras a la hora de gestionar la falta de autosuficiencia y conscientes de tener que recurrir a sus propios recursos. Así lo dibuja un estudio («¿Hacia dónde va la asistencia social? Salud, asistencia y seguridad social en las expectativas de las familias») realizado por Censo Para Assindatcolf, Asociación Nacional de Empleadores Domésticos. La encuesta se realizó a una muestra de 2.400 familias patronales tareas del hogar.

El contexto: el transición demográfica conduce a un aumento de la demanda de cuidados de larga duración, con un aumento de las enfermedades crónicas y afecciones relacionadas con la edad avanzada, y una mayor necesidad de recursos sanitarios, lo que pone a prueba la sostenibilidad de los servicios públicos. En 2022 se invirtieron 65.991 millones de euros en ayudas de las instituciones de la administración pública, es decir, 54.606 millones en prestaciones sociales en efectivo y 12.637 millones en prestaciones sociales en especie, de los cuales 1.252 provinieron de otras instituciones. El gasto en asistencia social corresponde sólo al 11,7% del gasto total en prestaciones de protección social, lo que lo convierte en el porcentaje de inversión más bajo en comparación con otras áreas (sistema de salud y seguridad social).

El estudio muestra que el 45,3% considera prioritario el fortalecimiento de los servicios a domicilio, partiendo del supuesto de que el hogar es el mejor lugar para ser atendido, el 58,7% pide la introducción de la deducibilidad del trabajo doméstico y el 49,1% dice cuidar personalmente, como cuidadorde un familiar no autosuficiente, además del rol de cuidador.

El riesgo de colapso social

Según el informe, la necesidad de intervenir en el gasto público, el progresivo cambio de las necesidades sociales y la evolución demográfica del país han puesto en apuros al sistema, dejando abiertas muchas cuestiones que en poco tiempo se han convertido en emergencias. En particular, si en 2020 se reservó el 7,4% del PIB para gasto público en salud, en 2026 se espera que sea el 6,1%; existen 12.576 establecimientos residenciales de asistencia social y sociosanidad activos, con una oferta aproximada de 414.000 camas (7 por 1.000 habitantes), la mayor disponibilidad se encuentra en el Sur con poco más de 1.000 camas por 100.000 habitantes; Si hoy los mayores de 65 años son el 24,0% de la población (en 1961 eran el 9,5%) y el 63,5% de las personas en edad de trabajar (15-64 años) (en 1961 eran el 66,0%), en 2050 se espera que las personas mayores será del 34,5% y entre 15 y 64 años será inferior al 55%. Además, 6,8 millones de pensiones son inferiores a 1.000 euros al mes.

La asistencia y las necesidades de los cuidadores.

El 49,1% dice trabajar personalmente, ya que cuidador, de un familiar no autosuficiente, una figura no alternativa al cuidador sino integradora. Para el 42,4%, el aspecto más crítico de la asistencia es el cansancio físico y el estrés que supone afrontar las múltiples necesidades de la persona asistida. También son muy importantes las limitaciones de la vida cotidiana, a menudo absorbidas casi exclusivamente por el cuidado del paciente y la renuncia a una vida relacional y autónoma (24,7%). El 16,4% subraya, sin embargo, la falta de reconocimiento real del papel del cuidador por parte de las instituciones y la falta, por tanto, de compensación económica por el trabajo realizado. Algo más del 8% son quienes han tenido que abandonar o han tenido que descuidar su trabajo o en todo caso la actividad de la que derivan los ingresos del cuidador. El 6,7%, en cambio, está preocupado por poder causar daño al paciente, ya que el cuidador no tiene las habilidades necesarias para las diversas intervenciones que debe realizar.



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