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“Cuando era más joven trabajé en una tienda de comestibles. Allí nació mi primera hija. Su primer cumpleaños coincidió con el Día de los Caídos y el director de la tienda quería que no fuera a su cumpleaños para poder hacer una barbacoa. Le dije que no iría, pero aun así me programó. Bueno, no me presenté y los meses siguientes fueron un verdadero dolor de cabeza. Este tipo empezó a comportarse de forma mezquina y me degradó de la dirección, me redujo el sueldo y las horas. Fue un desastre, pero por suerte el sindicato me apoyó y le hizo pagarme un par de miles de dólares en salarios atrasados después de que aguanté esa mierda durante unos meses”.
“Finalmente conseguí una carrera increíble en una planta de tratamiento de agua y ahora gano tres veces más dinero que antes. Pero antes de irme, como mi último FU, les di todos mis uniformes a los hombres sin hogar que pasaban el rato en el estacionamiento. Caminaban por el estacionamiento con uniformes de la tienda, pidiendo dinero y comida. Mi antiguo jefe tuvo algunos enfrentamientos tratando de recuperar las camisetas. Ojalá hubiera podido estar allí para eso. Al final, esos tipos comenzaron a pasar por la parte trasera de la tienda durante las horas de recepción y a llevarse cerveza y comida. Hasta el día de hoy, años después, supongo que sigue siendo un problema, incluso después de que cambiaron de uniforme”.